Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”.
Admito que me imagino a Jesús como una persona calma. Lo imagino profundo, sereno, hasta algo “inconmovible”, como manteniendo el foco y el temple en toda circunstancia.
Y vos, ¿cómo te imaginás a Jesús? Intentá visualizarlo… las expresiones de su rostro, sus movimientos, su tono de voz…
Y sin embargo, la Palabra de Dios hoy lo pinta enérgico, conduciendo, organizando, sirviendo multitudes. El Evangelio lo pinta explícitamente como “exaltado”; dice el texto: “Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: ‘Es un exaltado’”. Otras traducciones dicen incluso: ‘está loco, fuera de sí’.
Y verdaderamente creo también en ese Jesús. Un Jesús que sin perder su calma y hondura, vive “fuera de sí”, vive dado para los demás, extrovertido, amigable.
Tal vez algo nos desconcierta este aspecto suyo, o tal vez es el que más te atrae a vos.
Animate a alabar un rato a Dios con tu oración… alabar su calma y su amorosa locura, alabar esos aspectos que te regala conocer particularmente a vos. Alabar es expresar cariño, admiración, gratitud; es celebrar.
También hoy me animo yo, Jesús, a salir a tu encuentro. No para contenerte o corregirte sino para alabarte. Hoy me animo a soltarme un poco… para exaltarte, mi Maestro.