Sábado 24 de Diciembre de 2022 – Evangelio según san Lucas 1, 67-79

lunes, 19 de diciembre de
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Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno del Espíritu Santo y dijo proféticamente: «Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo, y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes por boca de sus santos profetas, para salvarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza, del juramento que hizo a nuestro padre Abraham de concedernos que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad, y justicia bajo su mirada, durante toda nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados; gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente, para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»

 

 

Palabra de Dios

Padre Sebastian García | Sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús

 

 

Ya empezamos a palpitar la Navidad. No sólo en los locales comerciales sino en nuestras liturgias y celebraciones. Cada vez falta menos. Hoy nos podemos detener en José y la promesa cumplida a su pueblo: Israel. Sin embargo el nombre que le anuncia el mensajero por parte de Dios en sueños es Emmanuel: “Dios con nosotros”. Decir esto no es una mera cosa al pasar sin importancia. Afirmar el misterio de la Encarnación, es afirmar también que Dios es un “Dios con nosotros”. Y esto significa mucho para nosotros. ¿O no? Muchas veces nos hacemos la imagen de que Dios está en el cielo, ocupado en vaya uno a saber en qué asunto. A veces nos hacemos la idea de que Dios es un dios lejano, arriba, afuera. Aparece como un juez terrible y universal que dictamina sin piedad destinos universales, premiando a los buenos y castigando a los malos. Un dios que tiene para mí una única voluntad personal y específica que si no la descubro y no la cumplo, me condeno en el infierno. Un dios que mira más que nada lo que me falta: el pecado, el fracaso, la fragilidad…

Nada de esto tiene que ver con el Dios de Jesús, cuyo nacimiento volvemos a celebrar la semana próxima. Jesús viene a decirnos que Él mismo es Emmanuel. Y si Él es “Dios con nosotros”, Dios no puede estar en el cielo. Afirmar a Dios como Emmanuel es afirmar que Dios es lo más íntimo de mí mismo, es esa fuerza vital que me habita y me hace capaz de grandes cosas, es la pasión que me motoriza a trabajar por la paz y la justicia, es el sustrato de mi ser, es aquello que activa mi impulso vital. Si Dios es Dios con nosotros, no puede ser de ninguna manera lejano y ajeno a la historia de los hombres. ¡Yo no le soy indiferente a Dios! ¡Yo no le soy ajeno a Dios! ¡Yo no le soy extraño a Dios! Estas convicciones son las que tenemos que afianzar una y otra vez en este tiempo cercano a la Navidad: mis pesares, mis angustias, mis dolores, mis alegrías, mis esperanzas, mis deseos, a Dios, no le son ajenos. Él los conoce. Él los padece. Él sufre conmigo y conmigo se alegra. ¿Por qué? Justamente por eso que el evangelio de hoy nos regala: “Dios es Dios con nosotros”. A Dios no lo busques en el cielo, hermano. A Dios buscalo en los deseos profundos de tu corazón, buscalo en el impulso vital que te hace pensar que estás para grandes cosas, buscalo en el clamor de las víctimas, buscalo en el grito desesperado de alguien que pide que pongas tu vida al servicio. No lo vas a encontrar en los grandes acontecimientos. Buscalo en las cosas pequeñas, sencillas, cotidianas de cada día. Por eso, yo me acercaría un rato a rezar junto al pesebre. Abrazo, en el Corazón de Jesús.