Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?”. Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan”.
¿Qué fue lo que vio Leví? ¿Qué experimentó? ¿Por qué cosas se deja llevar este recaudador de impuestos sentado a la mesa de su fuente de riqueza? Quizás sea esa una de las claves del evangelio de hoy.
Cuando nosotros hablamos de ser cristianos, hablamos fundamentalmente de este tipo de experiencias. Nosotros somos cristianos porque nos hemos encontrado con Jesús. Hemos hecho experiencia de él, de su ternura y de su misericordia.
Jesús hace tres cosas con Leví: sale, mira y llama. Eso mismo ha hecho con nosotros: ha salido a buscarnos, nos ha mirado como nadie nos ha mirado nunca y nos llama. Nos reconoce por nuestro nombre, por nuestra identidad, por nuestra dignidad, por aquello que somos (y no solo por aquello que estamos llamados a ser). Y solo le basta la invitación a seguirlo.
¡Qué llamada la de Jesús que hace que toda la vida tenga otro sentido y que la mesa de dinero en la que el recaudador de impuestos amasa su fortuna valga nada!
Nosotros estamos comenzando a vivir esta cuaresma y lo hacemos de esta manera y de esta forma: no creemos que sea un tiempo para amargarnos la vida sino para revitalizar nuestra fe y revisar hondamente nuestras actitudes y acciones a la luz del Evangelio de Jesús.
Y Leví ofrece un banquete en su casa. Por dos motivos fundamentales: uno, por la alegría de recibir a Jesús y con él el don de la salvación; otro, porque entiende que la verdadera alegría y la salvación definitiva se viven en comunidad alrededor de la mesa que se comparte y no que es de unos pocos o de aquellos que le han puesto precio a los asientos y lugares. Jesús viene a eso: partir el pan en torno a la comunidad que lo espera porque la salvación es en Iglesia y no a expensas de esta; es en verdadera comunidad y no para iluminados francotiradores con caras largas por el ayuno que practican.
Lindo sábado para ponernos en el lugar de Leví y hacer memoria de ese encuentro cara a cara con Jesús que nos cambió la vida. Y nos hizo dignos. Y le terminó de dar un sentido cierto y pleno a nuestra vida.