Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.
Empezamos de lleno a vivir este tiempo de Adviento que es un tiempo especial de preparación de espera confiada, de espera ansiada, de espera activa. De nuevo aparece el género apocalíptico, pero lejos de hacernos pensar en el miedo y el temor por el tiempo final, el texto de la Palabra de hoy se centra en lo más importante de este tiempo final y de espera confiada: alzar la cabeza que está por llegarnos la liberación. De esta manera Lucas nos revela que si bien algún día todo cuanto conocemos se va a transformar o terminar, esto es para nuestro bien dado que es el tiempo para la liberación.
Así empezamos entonces a transitar el tiempo de Adviento: no con el miedo o el temor de que todo llega a su final, sino que nos está por acontecer una gran liberación. Y creo que el texto de hoy es muy actual respecto de la cultura en la que vivimos y en el mundo, con sus ritmos voraces y alocados, que quiere llevar a transitar. Nos agarra una especie de angustia en el fondo del corazón cuando comienza diciembre, de tal manera que impulsados por la sociedad de consumo queremos hacer en este mes lo que no hicimos en todo el año: juntadas familiares, cenas con amigos, almuerzos de trabajo, pasar a saludar a toda la gente que no saludamos en todo el año… Vivimos una especie de vértigo y vorágine que pareciera que el 31 de diciembre todo se va a acabar. Y entonces vivimos corriendo en ese espíritu de querer hacer lo que no hicimos en todo el año. Y la mala noticia es que no lo vamos a lograr. Muchos incluso se van a deprimir por esto. Muchos van a gastar el Adviento en querer perseguir esto, sin chances de alcanzar esta meta.
Me parece que es una linda metáfora de la vida también. Muchas veces vivimos presuntamente tan ocupados y en medio de tantas ocupaciones que somos incapaces de generar en nuestra vida un tiempo sano para el ocio, para el encuentro, para gozar. Nos cargamos con cosas y cosas y más cosas. Y si tenemos un tiempo libre, inmediatamente buscamos algo para ocupar ese tiempo. Y de repente nos asusta la soledad, el silencio, la intimidad con uno mismo. Y todo lo lindo que eso puede generar: la capacidad de pensar críticamente, reflexionar, rezar, sacar conclusiones de nuestra vida, contemplar, mirarnos en el espejo del fondo de nuestro corazón, hacer un lindo examen de conciencia existencial y no solo respondiendo a preguntas premasticadas y predigeridas, leer, meditar la Palabra. Todo eso nos lo perdemos porque supuestamente no tenemos tiempo. Eso es mentira. Tiempo tenemos porque tenemos vida. Lo que no queremos es muchas veces encontrarnos con nuestro yo íntimo por temor a que aparezca algo que no nos vaya a gustar. Siempre podemos hacernos un tiempo. El problema del tiempo no es que pase rápidamente, el problema es muchas veces no sabemos cómo administrarlo.
Por eso la vigencia de la Palabra de hoy. Reservar un tiempo para preparar el corazón, por lo menos en Adviento, nos asegura de la mano de Lucas que va a ser liberador. ¡Qué lindo alivio poder leer y contemplar el evangelio de hoy! Al final nos va a llegar la liberación. Al final Jesús nos va a regalar de su misma Vida y de su mismo Espíritu para poder de veras sacar del corazón y de nuestra vida todo aquello que es contrario a la voluntad de Dios y que nos envenena el alma. Liberación de todo aquello que no tiene que ver con Dios ni con la vida de la gracia y que nos aprojima, nos acerca, nos fortalece en el encuentro con el Salvador y el Mesías, nos hace formar comunidad y comunidad organizada, con ministerios propios, donde somos todos protagonistas y privilegiamos a los pobres y somos constructores de paz. Necesitamos que Jesús obre en nosotros la liberación, para que podamos nosotros obrarla en las estructuras sociales, jurídicas, políticas, económicas y religiosas para que en ellas también sea anunciada la Buena Noticia de Jesús y la vida deje de ser amenazada, excluida y manoseada. Experimentar nosotros la liberación de todo aquello que no tiene que ver con Dios para poder seguir convirtiéndonos de corazón ser felices anunciadores del Evangelio, para destruir las estructuras de pecado que oprimen la vida y sembrar esperanza en muchos corazones que precisan de la ternura y la misericordia de nuestro Dios. Y no lo podemos hacer con el corazón lleno de ocupaciones vanas, sino con un corazón liberado y por tanto, verdaderamente libre. ¿Te animás?