En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron llenos de gozo y dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. El les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”. En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!”.
El evangelio de Lucas nos presenta un himno, una expresión de gozo de Jesús, por el Evangelio que se da a conocer a los humildes, a los sencillos, a los pobres de corazón y a los pequeños de este mundo.
Precisamente la alegría del evangelio consiste en conocer a Jesús, es la que llena nuestra vida y la que hace que nosotros podamos anunciar con testimonios, podamos anunciar al mundo la presencia viva del Reino de Dios, la presencia viva de Jesucristo.
El Pontificado de Francisco se caracteriza por esta alegría, la alegría del evangelio, de la verdad y la alegría del amor. Es la característica propia de los Cristianos, una alegría que brota de Jesús resucitado y del encuentro con Él. No se alegren porque someten los Espíritus impuros, sino porque sus nombres están inscritos en el cielo, dice Jesús.
Que tengas un hermoso fin de semana.
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