La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos.» Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla.» Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
El Evangelio de hoy suena a un enredo total. Hay momentos en los que encontramos a Jesús frente a una situación concreta de falta o de pecado, rescatando de ahí a la persona con su misericordia -el recaudador de impuestos, o la mujer adúltera, por ejemplo. Pero el relato de hoy nos trae un entramado de situaciones, actos y personas envueltas y enredadas en la tragedia del martirio de Juan el Bautista: la infidelidad de Herodes con la mujer de su hermano y el reproche del Bautista; el deseo de matar a Juan pero el miedo a que el pueblo lo protege, la seducción de Herodías, la instigación de su madre, el juramento imprudente, la presión de los invitados. Finalmente, el cinismo del asesinato presentando su cabeza sobre una bandeja.
– ¿Recuerdo alguna experiencia en la que los hechos se fueron desencadenando de mal en peor? ¿Quiénes o qué actos fueron involucrándose? ¿En qué medida fui cómplice o resistí eligiendo por Dios y su Reino?
La fe nos ofrece una mirada profunda y valiente en la trama de la historia atravesada por justos e injustos, pecados y santidad.
Tal vez no esté en nuestras manos detenerlo todo, pero ahí donde estemos, que no avance la cadena de la muerte sino la de la liberación de Dios. Pidámosle a María esa capacidad de decir “sí” desde nuestro lugar, allí donde nos invite su voluntad.