Hoy el Evangelio nos relata el Martirio de Juan el Bautista a causa de su fidelidad a Dios. Juan Bautista vivía lo que predicaba, vivía lo que enseñaba de una manera radical.
San Juan Bautista testimonia con su sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios. Su vida nos enseña que cuando la existencia se fundamenta sobre la oración, sobre una constante y sólida relación con Dios, se adquiere la valentía de permitir que Cristo oriente nuestros pensamientos y nuestras acciones”.
El Martirio de Juan Bautista nos recuerda también a nosotros hoy en día que no se puede descender a negociar con el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad. La vida cristiana exige, por decirlo de alguna manera, el ‘martirio’ de la fidelidad cotidiana al Evangelio, es decir, el valor de dejar que Cristo crezca en nosotros y sea Él quien oriente nuestro pensamiento y nuestras acciones. Pero esto sólo puede suceder en nuestra vida si la relación con Dios es sólida. La oración no es tiempo perdido, no es robar espacio a las actividades, incluso a las apostólicas, sino que es exactamente lo contrario: sólo si somos capaces de una vida de oración fiel, constante y confiada, será el mismo Dios quien nos dará la capacidad y la fuerza para vivir de modo feliz y sereno, para superar las dificultades y testimoniarlo con valor. ¿Cómo es nuestro testimonio ante el mundo? ¿Qué dicen de nosotros? ¿Demostramos que queremos a Dios sobre todas las cosas? ¿Cómo podríamos hacer para que nuestra relación con Dios sea tan fuerte que nada ni nadie pueda romperla? Que san Juan Bautista interceda por nosotros, a fin de que sepamos conservar siempre la primacía de Dios en nuestra vida.