Llegué y mis ojos sobrevolaron tus hojas secas. No pude evitar pensar qué paciente el amor y qué honda la raíz que sostiene la esperanza. Fuiste un regalo. Te planté con la misma alegría que a las más florecidas. El amor no hace preferencias sino que ama a todos sin medida.
Lo más fácil sería darte por perdida, creer que no hay en vos posibilidad de florecer. Me ahorraría la espera y a vos la vergüenza y la pena de andar así, tan aparentemente muerta.
Pero no puedo. ¿Cómo podría negarte la posibilidad de ser? ¿Quién soy yo para decir que es tu hora de florecer o por el contrario declararte muerta de antemano? Si sé bien que la Vida germina lentamente y que a todo florecer le precede la espera paciente, la mirada amorosa y la plena acogida de lo que es a su tiempo. Si sé por experiencia que nadie florece solo sino acompañado y cuán necesaria es la presencia que acompaña el proceso y va festejando los brotes verdes que van asomando o simplemente ama lo que es.
¡Qué locura creer que todo está perdido! ¡Qué triste no darse a lo difícil! ¡Qué trabajoso amar las hojas secas y qué fecundo saber esperar!
Festejo esta espera y tantas otras…
Si Dios lo ha hecho y lo hace conmigo (y con cada uno), ¿Cómo podría yo actuar de otro modo si fue Él quien (amándome) me enseñó a amar y a esperar?