Seguirte a donde vayas (con todo lo que eso implique)

lunes, 1 de julio de
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La vida del discípulo es vida de peregrino, de itinerante. Vida que conlleva renuncias y despojos. Seguir a Jesús nos lleva a renunciar a la búsqueda constante de cualquier clase de seguridades, y estabilidad. Desde el momento que ponemos un pie en el camino, si lo hacemos con determinación, ya no las buscamos en sí mismas, sino que nuestra búsqueda diaria es la de Él para encontrarnos y que nos anuncie por dónde y como caminar. Y en ese encuentro diario vamos descubriendo que es Él el que se transforma en esa certeza, esa seguridad, el reposo y descanso que nuestro corazón necesita.

Es verdad, el discípulo, como su maestro no tiene donde reposar la cabeza. Pero si tiene en quién. El discípulo no reposa en algo, descansa en su maestro, que sabiendo que lo ama, puede caminar tranquilo por cualquier sendero sin necesidad de afirmaciones, sabiendo que llegará a buen y feliz termino. Siempre la invitación es más profunda, de hecho la renuncia que se nos pide no tiene que ver con que la familia, los amigos, la vida cotidiana que llevamos traiga un mal consigo. Lejos de eso, la invitación es tan grande, y como el seguimiento es algo que radicalmente cambia nuestra vida y el modo de llevarla que la renuncia es necesaria para poder revalorizar todo a partir de un punto nuevo, a partir de Alguien que es novedad en mí vida.

La renuncia nos hace libres para poder elegir con un corazón ordenado, dónde pueda ubicar cada aspecto en su lugar y vivirlos ahora a partir de una plenitud y alegría nueva, propias de aquel que sabe desprenderse, que reconoce todo como don y que nada le pertenece. Jesús también renuncia a su familia, a sus amigos, a comodidades, pero esto no lo hizo menos humano, todo lo contrario: le permitió cumplir con su vocación de “ir haciendo el bien” anunciando la Buena Noticia.

El desprendimiento enfoca el corazón, y lo redirecciona con toda su fuerza por el fin al que se siente llamado, abrazando toda la vida que se nos regala, permitiendo ese “darnos sin medida” al que estamos llamados. ¡Vale la pena seguir a Cristo! y animarse así a la renuncia para obtener el verdadero sentido que movilice la vida, como la semilla que muere para crecer y dar fruto.