La luz del Señor irradia en nuestros corazones una amplia y pura alegría. Una alegría que no disminuye a pesar de nuestras cargas, de nuestros sufrimientos.
Los santos son personas que han logrado reflejar esa alegría de Dios a pesar de los infortunios y caídas, a pesar de todas las circunstancias en donde Dios pareciera haberse ido.
La alegría es un don necesario para este mundo, para este momento de la historia. Porque no sólo da esperanzas, sino también inserta algo distinto. Es un reflejo de amor en medio de una multitud que lo necesita, en medio del desamparo y el temor de la incertidumbre.
La alegría nos mantiene en vela, nos hace ser testimonios del amor de Dios en la realidad.
Muchas veces sólo basta una sonrisa, una palabra de ánimo, un abrazo, un mínimo gesto para transmitir esa alegría que a la vez es semilla para la tierra de los otros.
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