¿Qué pedagogía era la tuya? ¿Cómo has hecho para grabarme en el alma esta certeza de saberme amada y llamada a ser plenamente feliz? ¿Qué modos eran esos de curar con mimos las heridas? ¿Qué pedagogía era esa de la mirada profunda y el silencio oportuno? ¿En qué cabeza cabe arrodillarse ante una niña para pedirle perdón? ¿Qué adulto se atreve a llorar sin tapujos frente a un hijo sin intentar fingir falsas fortalezas? ¿Qué es eso de conservar la ternura a pesar del paso del tiempo? ¿Cómo se hace para que el dolor no te corrompa? ¿Quién puede grabar en otros certezas a fuego?
Solo un corazón en llamas. Gracias mamá por haber gustado el amor tan hondamente, por haberte sumergido en el Misterio y por reflejarlo. ¡Gracias! Tu pedagogía era la de la ternura. Has grabado en mí las certezas que ardían en tu alma, la primera y más fundamental, la de saberme amada. Tu pedagogía era la del Amor encarnado. Amor que es puro despojo y entrega, amor que se deletrea d-e-s-p-o-s-e-s-i-ó-n. Solo un adulto que ha sabido acoger y abrazar su fragilidad llora sin miedos cuando la vida duele. Solo quien ha sabido reconciliarse con su humanidad se muestra manso en las tormentas. Solo una vida que arde en el amor conserva la ternura y no se corrompe ante el dolor. Solo un corazón en llamas es capaz de encender en otros el mismo fuego, el del amor, hondo, concreto, encarnado, humano.
Gracias mamá.