Contemplación de Mateo 9, 9-13
Mateo estaba sentado en su trabajo habitual, haciendo lo de siempre aunque en el fondo supiera que estaba mal. Se acercó Jesús. Lo miró con una mezcla de ternura, entusiasmo y paz. Lo miró con esperanza. Mateo se dejó mirar. Al encontrarse con la mirada de Jesús por un momento dudó, no entendía cómo era posible que existieran ojos que amaran tanto con su solo mirar. Los ojos de Jesús no se escandalizaban ante su pecado. Con su solo mirar, Mateo pudo sentir que Jesús lo conocía. Conocía su debilidad pero cuánto más su posibilidad y por eso lo invitaba. “Sígueme” le había dicho con voz clara. Mateo se dejó perdonar, confió en esos ojos serenos que veían en él más de lo que su propia mirada podía ver.
Se puso de pie. Ese fue su primer movimiento. Jesús lo esperaba. Mateo se puso tras de él y se dispuso a seguirlo. Se sentía en paz y aunque no sabía exactamente a dónde iba sabía a quién quería seguir. Sabía internamente que tras esas huellas aprendería a amar y a servir.