Un encuentro entre prisas gozosas

viernes, 31 de mayo de

Me encantan María e Isabel.
Me encanta María que, a pesar de maternidad divina pone prisa a sus pies para servir a la vieja Isabel.
Me encanta María que, a pesar de su maternidad divina no se encierra sobre sí misma.
Me encanta María que, llena hasta los bordes de lo divino y humano:
Siente la necesidad de ponerse al servicio de los demás.
Siente la necesidad de convertirse en “empleada de servicio doméstico”.
Siente la necesidad de ponerse el “delantal de muchacha de servicio”.

El servicio siempre tiene prisas.
Porque el que tiene hambre no puede esperar a mañana.
Porque el que está abandonado no puede esperar a mañana.
Porque el que está desnudo no puede esperar a mañana.
Porque el que anciano no puede esperar a mañana.

No me gustan las prisas en la vida.
Pero me encantan las prisas para servir a los demás.
No me gustan las prisas que nos ponen nerviosos.
Pero me encantan las prisas que acuden a echarle una mano a los necesitados.

Me encanta Isabel que, a pesar de sentirse bendecida por Dios en su vejez:
Sabe reconocer la verdad de los demás.
Sabe reconocer la grandeza de los demás.
Sabe reconocer las virtudes de los demás.
Sabe reconocer las cualidades de los demás.
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
“¿Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá lo que te ha dicho el Señor”.

(…)

Nadie es menos por tener por más a los otros.
Nadie es menos por considerar más a los demás.
Crecemos cuando hacemos grandes a los demás en nuestro corazón.
Crecemos cuando somos capaces de reconocer la verdad de los otros.

María creció en el corazón de Isabel que la vio, no como la pariente amable, sino como la “madre de su Señor”.
Isabel creció en el corazón de María llenándose del Espíritu Santo.
Dos mujeres que se olvidan de sí mismas para hacer grande la una a la otra.
Es el orgullo personal el que nos empequeñece.
Es la vanidad personal la que nos achica.
Es el servicio el que nos hace grandes.
Es el reconocer como más importe al otro, lo que nos hace medrar delante de Dios.
“Dichosa tú que has creído”.

 

Clemente Sobrado cp