Una fe que sirva como autojustificación a mis miserias, no quiero Señor Una fe cómoda, que no me toque lo más hondo, no quiero Señor Una fe que no me plenifique, no quiero Señor Una fe que no se vea reflejada en mis opciones, no quiero Señor Una fe que no me cambie el corazón, no quiero Señor Una fe de quién solo cumple, no quiero Señor Una fe de puños cerrados, no quiero Señor Una fe que apedrea a otros desde un pedestal de soberbia, no quiero Señor A un Dios que juzga y castiga, no me interesa encontrar A un Dios de miles de años atrás, muerto a mi realidad, no quiero seguir Una fe que solo vive una vez por semana, no quiero Señor Una fe que solo vive en retiros o en caridad no siempre auténtica, no quiero Señor Una fe de mentiritas, no quiero Señor.
Quiero una fe que me toque el alma, que me abrace desde lo más hondo. Una fe que dé sentido cada día, una fe que haga carne el Evangelio, una fe que me llene de vida, de alegría, de esperanza, una fe que me enseñe a amar, una fe que me salve el alma de la indiferencia, una fe que me haga mirar con amor en lugar de acusar, una fe que plenifique, que me cambie el corazón en uno como el tuyo.
Solo esa fe, la que me invita a amar. Solo un Dios, el que es amor y no juez. Un Dios que es padre, madre y amigo, solo a ese estoy dispuesta a dejar entrar. Solo esa fe estoy dispuesta a abrazar y a vivir. Solo a ese Dios quiero encontrar. Estoy empeñada en buscarlo, y Él está empeñado en dejarse encontrar.