Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Abrete”. Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
Hoy Jesús se nos presenta curando un sordo mudo; dice que levantando los ojos al cielo, luego de poner los dedos en sus orejas y poner saliva en su lengua, el Señor le dice: “Efata”. Ábrete ¡Que hermoso, ábrete!
Cuantos males que sufrimos, nuestro interior, o nuestros vínculos, por no abrirnos, por estar cerrados, por no hablar en su momento, por no decir las cosas que a veces no nos gustan, por no pedir ayuda, cuantos vínculos que vamos a veces enfermando porque no nos abrimos, no nos abrimos al Señor, no nos abrimos a veces a nuestras familias, no nos abrimos a lo que la vida nos va presentando.
¡Que lindo que recibamos en el corazón esta Palabra del Señor, Ábrete!, ¡abrite! deja que el Señor saque de tu corazón lo que hay, para que puedas decir lo que te pasa, para que puedas expresarte y así también puedas experimentar la liberación. ¡Ábrete! ese es el, mensaje del Evangelio de hoy. ¡Ábrete!, abrite al Señor, abrirte a los demás, no te cierres, no te encierres.