Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero.
Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon.
El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera.
Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: “Respetarán a mi hijo”.
Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia”.
Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron.
Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?».
Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo.»
Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos.»
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
“Es de buen nacido ser agradecido”. Así reza el refrán que dicen nuestros mayores. Es que cuando reconocemos el bien que recibimos y lo reconocemos como don gratuito, brota en nosotros el agradecimiento.
Para esto es necesaria la humildad, sin ella nos adueñamos de lo que desde el principio un regalo gratuito, y en lugar de ser agradecidos, nos volvemos caprichosos o manipuladores. Comenzamos a sentirnos más que otros y rompemos con la dinámica de la generosidad y del amor.
La humildad nos lleva al agradecimiento y éste, cuando es de corazón, nos lleva a querer corresponder no solo con palabras sino con acciones de amor y de servicio.
Desde el orgullo y la soberbia, nos adueñamos de lo que es regalo y, cuando esto pasa, orientamos nuestra vida hacia búsquedas egoístas y descartamos lo fundamental, dejamos de lado el amor y la fraternidad; descartamos, en suma, la centralidad de Dios y el deseo de vivir el Evangelio que nos enseñó Jesús.
Todo esto queda de manifiesto en la parábola del dueño de la vid y los viñadores homicidas. En ella Jesús nos habla de un hombre que planta una viña y pone los medios para cuidarla; luego arrienda el campo a unos viñadores, quienes terminarán adueñándose de la viña y matando al hijo del dueño.
Por adueñarse de lo que no es suyo terminan manipulando y rompiendo con la dinámica de la justicia y del amor. Y desde ahí no es posible acoger ni a Jesús ni a su Reino.
Qué importante que estemos atentos, y que nos ejercitemos en esta actitud humilde de reconocer todo el bien recibido. Podemos darnos cuenta si vamos por la vida orientados hacia el agradecimiento, o más bien vamos andando desde el reclamo y el capricho. Esto lo podemos cotejar en nuestras relaciones concretas, en nuestra sensibilidad, en nuestras actitudes generosas o en aquellas egoístas. ¿Cómo vamos orientando nuestra vida?
Sólo desde la humildad y el reconocimiento agradecido, pondremos nuestro cimiento en Cristo y lo elegiremos a Él, que es la piedra angular, como principio y fundamento de nuestra vida.
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