Viernes 17 de Enero del 2020 – Evangelio según San Marcos 2,1-12

jueves, 16 de enero de
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Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.

Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”

Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.

 

Palabra de Dios


Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

 

Hoy se nos invita a contemplar a Jesús, predicando y sanando en una casa de Cafarnaúm. Mucha gente acudía a Él en este ámbito familiar, para escucharlo y para exponerse a las obras de su amor. El modo de ser de Jesús, su cercanía y delicadeza para con todos, tenía como efecto que mucha gente no dejara ni un rincón vacío en aquella casa.

Es conmovedor fijar la mirada en un grupo que, rompiendo todo protocolo, hace un agujero en el techo para descolgar a su amigo paralítico y ponerlo delante del Señor. “Al ver la fe de esos hombres, el Señor le dijo: hijo tus pecados te son perdonados”.

La fe de estos buenos amigos, se expresó en la creatividad, en la audacia, en este “armar lío”, como dice el Papa, en no bajar los brazos, y en no dejarse paralizar por nada, para poner a su amigo cerca del Señor. Es la fe de estos amigos la que mueve a Jesús a perdonar los pecados de este hombre y sanarlo interiormente.

Y es que somos radicalmente solidarios, somos responsables unos de otros, y esta carrera de la vida no la corremos individualmente. Nuestra fe, nuestra oración, nuestro amor, se transforman en bien para muchos, y se unen al amor redentor de Cristo, que cargó con nuestras fragilidades.

Quizás, hoy nos podemos poner en el pellejo del paralítico y caer en la cuenta del bien que tantos nos hacen con su fe, y agradecer la solidaridad de tantos que visible o invisiblemente nos hacen bien.

También, podemos ponernos en el lugar de los amigos, y pensar en las personas que ayudamos a estar cerca de Jesús; preguntarnos si el amor aviva nuestra fe y nos saca de comodidades y nos impulsa a proponer caminos de reconciliación y sanación.

Jesús perdona los pecados de este hombre y la sanación física es un signo para ayudar a la fe de muchos, para que puedan creer en la verdad de ese perdón. No todos lo creen, ni en aquella época ni en ésta, pero a quienes lo creemos, también Jesús nos invita a caminar juntos, en su Iglesia, que tiene la misión de reconciliar.

Y me quedo con un lindo detalle, Jesús le dice al hombre que se levante y que tome la camilla. ¿Por qué no dejarla? ¿No sería mejor olvidarla? Pues parece que sanar también es cargar con nuestra historia y aceptarla. La historia de cada uno deja huellas, heridas, memorias, que no se borran, pero que se reconcilian, y nos enseñan a amar en esta historia concreta donde el amor y el perdón tienen que caminar juntos.