Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Ese deseo de la casa de Dios como casa de oración nos hace pensar en el riesgo que tenemos los discípulo de Jesús de instrumentalizar la fe y esta pierda su fuerza verdadera, hagamos de ella un medio para.
Que la casa de Dios sea siempre casa de oración que nunca usemos la fe como instrumento para otros intereses.