Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
La sana indignación se da cuando vemos realidades injustas, atropelladoras, irrespetuosas, que nos mueven por dentro y surge desde las entrañas la convicción que lo que se nos pone por delante no puede ser. La sana indignación lleva a la acción, al decir o al hacer desde nuestras posibilidades, para transformar o para denunciar esas realidades negativas que atentan contra lo mínimo esperable. La sana indignación lleva a reaccionar pero con conciencia, con libertad, de tal modo que luego asumamos las consecuencias de nuestra reacción, aunque ellas sean injustas, aunque sean fruto de la incomprensión. Hoy nos encontramos ante la reacción de Jesús que, indignado, echa a los vendedores del Templo, porque han convertido lo que es casa de oración, en una cueva de ladrones. Vemos a Jesús indignado porque el lugar consagrado al encuentro con Dios, que implica también la relación de justicia y de misericordia con los hermanos, se utiliza para robar y aprovecharse de la necesidad de los demás, y así se atropella el sentido y la razón de ser del templo.
Nosotros, quienes seguimos a Jesús y lo tenemos a Él como el referente del sentido de la vida que elegimos y también de nuestro modo de actuar en la realidad, podríamos mirar el significado del Templo, así como nos lo manifestó el Señor. El templo es Cristo, porque Cristo es el ámbito fundamental del encuentro del ser humano con Dios, posibilitado por el amor que el Señor vivió hasta el extremo; el Templo de Dios es la vida de cada ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, y por quien el Señor dio la vida para redimirlo; el Templo de Dios, son especialmente los más necesitados, porque sirviéndolos a ellos y en la relación con ellos, nos estamos encontrando y estamos sirviendo al Señor, con quienes Él se ha identificado. El templo de Dios es la creación entera, lugar que exige del ser humano la responsabilidad, el cuidado, el trabajo para el bien de todos y para las generaciones venideras.
Podemos preguntarnos si nos indignan los atropellos al Templo de Dios; podemos cuestionarnos si reaccionamos con conciencia, desde nuestras posibilidades, para denunciar lo que no puede ser, lo que atenta contra la vida y el respeto a la dignidad de las personas, lo que atenta contra el bien común, lo que atenta contra el cuidado de la creación, que es casa de todos.
Pidamos la gracia de la valentía y de la libertad, para identificarnos con el Señor, en poder sentir esas sanas indignaciones que nos impulsan a la acción y nos comprometen en la búsqueda de un mundo más justo y solidario. Dios quiera que cuando escuchemos las Bienaventuranzas: Felices los que tienen hambre y sed de justicias; Felices los que trabajan por la paz; Felices los perseguidos por causa de la justicia; podamos encontrarnos reflejados en ella, y podamos sentir que en ellas también nos identificamos con Cristo.
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