Viernes 21 de Agosto del 2020 – Evangelio según San Mateo 22,34-40

jueves, 20 de agosto de
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Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”.

Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”.

 

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

Creo que todos podemos convenir en que la experiencia de la unidad nos hace plenos y felices; y, por el contrario, la experiencia de la desintegración o de la separación nos entristece. Esta unidad solo se hace plena en el amor. Se pueden dar muchos ingredientes que faciliten la unidad, pertenecer a una misma familia, o a una misma nación, podríamos coincidir en una misma ideología o creencia religiosa, pero si no hay amor, no habrá unidad. Sin embargo, cuando hay amor, aunque haya mil diferencias, sí se dará esta experiencia de la unidad.

El amor une, y nuestra vocación es al amor, y ahí se juega nuestra plenitud. Dirá Jesús que el mandamiento más importante es “Amar al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu”. Pero dirá también que “Amar al prójimo como a uno mismo, será un mandamiento semejante al primero”.

La peculiaridad del amor que propone Jesús une la realidad del cielo y la tierra, rompe con los límites que muchas veces nos ponemos o inventamos, y nos dice que el amor a Dios va unido al amor al prójimo y al amor a uno mismo.

A muchos de nosotros nos puede costar asumir esta triple direccionalidad del único amor verdadero. Podemos creer que amamos a Dios, y fácilmente convivir con rencores, prejuicios, desprecios, rechazando las oportunidades de hacernos prójimos de quienes pasan por nuestro camino. Podemos sentir que amamos a los demás y que hacemos mil cosas para beneficiar a otros, pero descuidar el propio corazón, sumergirnos en complejos, o transar con una autoestima injusta y negativa.

Tengo algunas preguntas para hacerte:

¿Qué ves cuando te ves? ¿Cómo te mirás a vos mismo? ¿Cómo te cuidás, o cómo te aceptás…? Y, quizás, puedas dejar que en tu vida se abran caminos de crecimiento y de maduración que te permita amarte sanamente a vos mimo, haciendo caminos de valoración, de reconciliación y de conversión.

¿Cómo te relacionás con los demás? ¿Cómo mirás a los otros? ¿Cómo son tus vínculos y con quiénes evitás vincularte? Y, quizás, puedas abrirte a caminos de amor, de servicio, de solidaridad; esos caminos que te permitan valorar cada vez más la dignidad de todas las personas, y sentirte parte de esta comunidad humana invitada a romper las barreras que separan, para vivir la fraternidad del Reino.

¿Cómo mirás a Dios? Quizás, puedas abrirte al Dios Trinidad, ese Dios que es amor, que te ama, y que te involucra en el amor. Ese Dios Padre, que se manifestó en Jesucristo y que quiere compartir contigo su alegría. Ese Dios que te invita a que descubras su rostro en los pequeños, en los necesitados, en los frágiles. Ese Dios que te invita a reconocerte valioso, con capacidad de amar y de servir, y de construir unidad. Esto solo es posible en el amor a Dios, al prójimo y a uno mismo, juntos, sin postergar a ninguno.