Jesús dijo a sus discípulos: No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!
En el evangelio de hoy Jesús nos dice que pongamos el corazón donde corresponde, porque dónde está el tesoro al que aspira nuestra vida, allí está nuestro corazón. Nos está invitando el Señor a poner el corazón en las cosas que valen, las importante, las significativas, las que tienen peso. Las que perdura en la vida casi siempre son las cosas esenciales: la vida de la familia, la dignidad en el trabajo de todos los días, el cuidado y respeto por sí mismo y por los demás, el valor y el sentido de la vida, el trabajo cotidiano a favor de los que más necesitan (los pobres, los débiles, los sufrientes). En todas y cada una de estas realidades está presente Él.
Por eso, elegir por esencial, por lo que importa, por lo que perdura, por lo que permanece, lo simple, sencillo, lo cotidiano de todos días, es elegir por Él. Dios está en las cosas simples de todos los días.
Elegí la simplicidad de la vida cotidiana, con sus sabores y también con sus dolores. Elegilo de corazón y allí te vas a encontrar con la sencillez de un Dios que se hace simplemente pan nuestro de todos los días, es decir cotidiano, casero, nuestro.
Te invito a renovar tu corazón eligiendo en el camino de los de todos los días, en el caminito como dice Teresita del niño Jesús, la presencia de un Dios que se esconde en la simple en los sencillos.
¡Que tengas una hermosa jornada!
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