Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios. Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Jesús es un apasionado por el Padre y por el Reino; hacer la voluntad del Padre es su alimento y predicar el Reino, es su misión. Pero no se larga solo a esta tarea, involucra a hombres y mujeres para que lo acompañen y compartan con Él esta misión.
El Evangelio de hoy nos impulsa a renovar y fortalecer nuestro seguimiento. Se trata del llamado a los Doce Apóstoles, quienes serán columna de la Iglesia, y compañeros íntimos de Jesús. Sin embargo, el propósito de este llamamiento nos lo podemos aplicar todos quienes que nos sentimos convocados a la amistad con el Señor y a compartir su pasión por el Reino. Queremos seguirlo al modo de los Apóstoles.
Es Jesús quien toma la iniciativa: llama porque quiere y llama a los que quiere. El llamado es gratuito y parte del amor del Señor, ese amor que nos primerea y que siempre nos sorprende, porque ciertamente nos sentimos inadecuados para una amistad y una misión tan profundas y que nacen del propio Corazón de Jesús. También a nosotros nos ha llamado personalmente, y lo hace por nuestro nombre, porque conoce nuestra historia, con sus luces y sus sombras, y nos ama, así como somos.
No nos llama solos, nos llama a compartir la misión con Él y en Iglesia. Nos llama con otros, nos envía con otros; porque la gran misión es la de la fraternidad del Reino, y se trata de buscar vivir lo que se predica, en medio de nuestras carencias y fragilidades.
Lo primero que hace Jesús es atraernos hacia Él, para después enviarnos. Nos hace hermanos para que desde esa fraternidad salgamos al encuentro de quienes necesitan del bien que brota del amor de Dios.
El llamado consiste en aprender a estar con Él y, en Él, con los hermanos, para compartir la misión, predicar, para sanar, para liberar.
¿Qué espacio le damos en nuestra cotidianeidad a estar con Jesús? Ese espacio podemos vivirlo en la oración, en la Eucaristía, en la participación de la comunidad de la Iglesia, en la búsqueda del discernimiento de su voluntad, reconociendo cómo Dios actúa en nuestro corazón. Podemos animarnos unos a otros al silencio y preguntarnos por los caminos que nos ayudan a cultivar la amistad con Cristo. Podemos preguntarnos, también, por cómo nos involucra el Señor en esta misión, y cómo nos impulsa a comunicar la buena noticia a los demás. Y tratemos de descubrir cómo nos invita a mirar a tanta gente y nos impulsa a ser buena noticia de liberación y sanación para los demás.
Tenemos por delante un año con muchos desafíos para todos… busquemos estar con Él, y discernir en nuestro interior su llamado. El Señor nos dará la gracia que necesitamos para hacernos cargo de la realidad, y en las circunstancias que vivimos, para amar y servir a su modo.
Que Dios nos bendiga y nos fortalezca.
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