Viernes 24 de Julio – Evangelio según San Mateo 13,18-23

jueves, 23 de julio de
image_pdfimage_print

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.

Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.

 

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote Jesuita

 

El amor propone, invita, exhorta; el amor seduce, atrae, asombra; el amor, cuando es verdadero, no se impone, no esclaviza, no anula; el amor no aparenta, no intimida ni manipula. Cuántas veces hemos tranzado con espejismos de amor, cayendo en trampas propias o ajenas, que conquistan y abandonan con la misma velocidad; que hacen convivir los detalles, o las palabras seductoras, con violencias o desprecios…

Lo propio del amor, aunque a veces nos cueste entenderlo, es que respeta la libertad de quien ama, y en ese sentido, aunque desee la reciprocidad con todo el corazón, persevera y busca el bien del otro, aún en la no correspondencia. Reconocer el amor exige procesos de discernimiento, y adherirse a él es un camino de libertad, en el que se pone en juego la elección, la determinación por lo elegido, el compromiso y la perseverancia en el camino.

La propuesta del Evangelio de Jesús, nace del amor de Dios por toda la humanidad; y desde este amor pleno busca el encuentro, busca comunicar lo que es y lo que tiene a quien ama, y está abierto a recibir del otro aquello que pueda aportar; pero como amor gratuito, como amor incondicional, es un amor que se da y no se deja de dar por el hecho de no recibir respuesta.

Esto lo encontramos preciosamente expresado por Jesús en la parábola del sembrador, y en la explicación que el Señor da acerca de ella. Dios que nos ama siembra la semilla de la Buena Noticia en todos, pero encuentra distintas respuestas de parte de quienes la reciben. Esto Jesús lo reconoce, seguramente lo padece, y también lo acepta, cosa que solo puede hacer alguien que ama. No deja de sembrar la semilla, pero sí que se da cuenta que solo aquel corazón que es como tierra fértil y buena, será quien acoja la Palabra de Dios y quien la tome en serio, la haga vida, que es de lo que se trata.

Lo cierto, es que todos tenemos la posibilidad de ser como la tierra buena, más fuerte aún, todos tenemos vocación de ser tierra buena; pero no es nuestra única posibilidad: podemos vivir distraídos en dinámicas egoístas; podemos solo buscar adherirnos a Dios en tanto nos vaya bien, y escabullirnos en las dificultades o el sufrimiento; otros podemos querer hacer convivir la adhesión al Evangelio sin decir que no a nada, sin cerrar puertas a otros horizontes que dejan la propuesta de Dios en un segundo plano.

Pero podemos ser tierra buena y hacer vida aquello que Dios nos invita a vivir; porque creer en Él no se juega, principalmente, en lo que decimos o aparentamos, sino en lo que realmente vivimos. Ser tierra buena significará para todos nosotros caminos de conversión honesta y comprometida. Hay dos preguntas que nos podemos hacer ante esta constatación de Jesús: ¿Qué tierra estoy siendo en este momento de mi vida? Y la segunda, buscando una respuesta comprometida a una pregunta a quemarropa ¿Quiero ser tierra buena?