Y decía: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
El evangelio de este viernes 27 de enero queridos amigos nos presenta la conocida parábola de la semilla, del sembrador… esa que tiene que caer en lo profundo, tiene que ser ocultada, tiene que morir al mundo para dar frutos.
Así debiera también ser nuestra vida, morir a las cosas del mundo para poder nacer, para poder dar vida, para poder resucitar. Estas analogías de sembrar, nacer, morir, resucitar, en el fondo tienen que ver con la humildad, con la sencillez. Desaparecer para poder dar mucho fruto, fruto abundante.
De allí que también Jesús mencione este texto que escuchamos hoy al grano de mostaza, que es tan pequeño pero que sin embargo brota y da muchísimo fruto. Así deber ser la vida de los bautizados, de los que han recibido el sacramento de la confirmación: la vida entregada a Jesús, que con la gracia del Espíritu Santo nos ayuda a dar frutos cada vez más, y no sólo para nosotros, para toda la comunidad, siempre con esta dimensión social, dimensión comunitaria que incluye a todos.
Pidamos a Jesús en este día entonces que sigamos construyendo el Reino de Dios con entusiasmo, con alegría sembrando en lo pequeño, confiando que el Señor riega y hace crecer, Él es el único que da el verdadero crecimiento