Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes purificarme”.
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: “No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio”.
La experiencia de ser rechazado o marginado por otros, deja heridas enormes; la más grande, creo yo, es la de dejarse convencer por ese rechazo y, comenzar uno a rechazarse o marginarse a sí mismo. Cuando esto sucede, el propio rechazo provoca la desconfianza y el temor frente a los demás, y uno se vuelve esquivo al menos a las personas que tememos puedan reavivar el dolor de nuestras heridas.
Para quienes viven o hemos vivido esta experiencia, es infinito el valor de quienes se acercan pacíficamente, provocando la confianza y alentando a la autoestima; esas personas que nos animan a la amistad sincera, y nos ayudan a irnos haciendo más amigos de nosotros mismos.
Hoy nos encontramos con esta historia, la de un hombre marginado por su enfermedad, que debía estar siempre lejos de todos, obligado a presentarse ante los demás como leproso, pero que vio en Jesús algo que lo animó a acercarse Él; que creyó en Jesús tanto como para desafiar sus propios temores, y sus propias condenas, y pidió al Señor, con humildad y con firmeza, que lo sanara.
Y entonces se unió el amor y la compasión sanadora de Jesús, al corazón humilde y creyente de aquel hombre que apostó por el valor de su vida y se arriesgó a salir de sus temores. Que hermoso es ver cómo Jesús es fuente de una salud que nos pone en relación con los demás, y nos invita a vivir como testigos del bien que Dios hace, para que otros también crean y puedan animarse a transitar caminos de libertad y de amor.
En este día universal de la lucha contra la drogadicción, pidamos como Iglesia, por todos los que sufren esta pandemia de la droga, y no han descubierto el valor inmenso de su vida y el bien que pueden hacer con ella; pidamos para que a través de nuestras obras y nuestro testimonio, podamos suscitar esas aperturas de corazón que provoquen en las víctimas de la droga el deseo de sanar y la voluntad para pedir ayuda.
Que seamos testigos de este Jesús que puede sanar la vida de todos, y que demos testimonio de corazones que pueden abrirse con fe y humildad a la acción sanadora de Jesús.
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