Jesús hizo a sus discípulos esta comparación:
“Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol. Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
La invitación de Jesús es a vivir la fraternidad del Reino. Esa fraternidad que busca la justicia y que, en este mundo conflictivo, solo se hace posible en el amor que persevera y en la misericordia. La propuesta de Jesús rescata al ser humano, lo plenifica, lo impulsa a buscar la felicidad en la donación de sí mismo y en la búsqueda personal y comunitaria del bien de todas las personas. La propuesta de Jesús no puede ser algo accesorio; no puede ser como un artefacto que enchufamos y desenchufamos según nos convenga; sino que tiene que impregnar nuestra vida y atravesarla por entero. Tiene que ser el eje de nuestras búsquedas, discernimientos y opciones. Es importante que constatemos cómo Jesús y el Reino se van haciendo lugar en nuestra existencia y cómo nos van interpelando y nos van impulsando a procesos de conversión.
La búsqueda entusiasta de la fraternidad del Reino nos lleva a aprender y a discernir el accionar de Dios en esta historia, para hacernos cómplices de su mirada, de sus sentimientos, de su acción liberadora; para sufrir con su sufrimiento, y fundamentalmente para alegrarnos con su plenitud.
Estamos llamados a la esperanza; para que no decaiga nuestra fe ni en los fracasos ni en los conflictos. Para entender nuestra vida como un camino de libertad hacia la eternidad en la que será plena esa fraternidad del Reino que ya estamos invitados a vivir, aun cuando vengan las incomprensiones o los sufrimientos.
La fe firme y la confianza en la palabra que nos dirigió el Señor, sostendrá nuestra esperanza, y será la fuente de la perseverancia en las dificultades. Unirnos como comunidad de fe, llamados a ser en Iglesia amigos de Jesús, nos impulsará a construir nuestra vida sobre los cimientos sólidos de lo que perdura y no de lo efímero. Porque cielo y tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán.
Pidámosle al Señor que nos regale la gracia de esta fe firme y de esta confianza plena, de esta búsqueda incansable de la fraternidad del Reino. Pidamos que su Palabra cimiente nuestra vida, para que desde ella podamos elegir amar y servir siempre y en todo. Que Dios nos bendiga y nos fortalezca.
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