Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: “El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos”.
El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: “Tú no estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Allí, el relato nos trae un diálogo entre Jesús y un escriba, que le pregunte una vez más, para ponerlo a prueba: “maestro ¿cuál es el mandamiento más grande que hay que cumplir? y ¿qué dice La Ley?
Jesús a quién le brota del corazón la tradición hebrea a la que pertenece, lo dice de ese lugar, porque en Él, verdaderamente su boca habla de lo que vive en su corazón: “el mandamiento más grande es este: Amarás al Señor tu Dios; con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” y agrega Jesús: “y a tu prójimo como a ti mismo” porque estos dos constituyen un solo mandamiento, que es un camino. ¡Que no es un deber para cumplir! Jesús no está mostrando una ley que debe alcanzarse con un cumplimiento estricto de la misma, estamos en un sendero, está mostrando una salida. Jesús dice: este es el camino, este es el sendero, esta es la salida.
Nosotros tantas veces nos preguntamos, en un mundo que se golpea en un lado y el otro en la búsqueda de su mejor suerte, cómo mostrarles el tesoro que tenemos dentro de nosotros, el tesoro escondido que llevamos dentro en nuestra alma. Que Pablo dice: “lo llevamos como en vasijas de barro”. Y muchas veces se lo queremos traducir en una manera y otra, y no nos damos cuenta que lo que más atrae y lo que más moviliza a las personas que buscan y anhelan encontrar un rumbo es la fuerza, el amor con el que Dios no habita interiormente y nos pide que vivamos así, en esa misma clave entre nosotros, al modo de las primeras comunidades cristianas. ¡Atraían por el amor! no eran proselitistas. No predicaba una doctrina ni una ideología, ¡vivían el amor! Dice el texto, del libro de los Hechos, que: “los que se sumaban a la comunidad lo hacían porque veían cómo se amaban.
Te invito a que renueves tu compromiso de amor. Allí donde hoy toca compartir la vida con los que estudias, trabajas, te relaciones como vecino, con los que compartís la comunidad, la vida de la familia, con lo que estás conectado en las redes sociales. Acercarles este costado que está escondido en lo más hondo de tu corazón, ese tesoro por el que dice el evangelio que vale la pena venderlo todo para quedarse con ellos porque lo más importante. Que el amor de Dios viva en tu corazón y lo puedes mostrar así también, a tus amigos.
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