En la persona de Jesús, la Palabra por quien todo fue creado, se ha hecho carne.
La Palabra ha tomado una forma corporal cubierta de tiempo, período y espacio.
A nuestros oídos ha llegado el llanto de un Pequeño, nuestros ojos han contemplado la fragilidad y la ternura en su máxima pureza. Nuestras manos han palpado el temblor y firmeza de un Niño.
La Palabra ha pasado frente a nosotros, su presencia nos ha cautivado, nunca antes habíamos visto a alguien similar.
Decidimos seguirlo, queríamos saber dónde vivía… nos quedamos largo tiempo escuchando sus palabras llenas de vida.
Él nos contó del Reino de Dios, nos habló de libertad y de verdad, nos invitó regresar donde vivía.
Quisimos volver a aquel lugar para permanecer siempre cerca de Él.
… así fue, con solo una invitación, decidimos ser sus discípulos misioneros, hasta lo más hondo de nuestras almas han llegado sus palabras: “vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos…, Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. – (Mt 28, 19-20)-
Carolina Lizárraga