Cada 28 de enero la Iglesia celebra a Santo Tomás de Aquino, patrono de la educación, las universidades y colegios católicos.
Teólogo y filósofo italiano. Hijo de una de las familias aristócratas más influyentes de la Italia meridional, estudió en Montecassino, en cuyo monasterio benedictino sus padres quisieron que siguiera la carrera eclesiástica. Posteriormente se trasladó a Nápoles, donde cursó estudios de artes y teología y entró en contacto con la Orden de los Hermanos Predicadores. Al conocer a la naciente comunidad de Padres Dominicos, se une a ellos con la oposición de su familia. Huye hacia Alemania, pero en el camino sus hermanos lo apresan y lo encierran por dos años en el castillo de Rocaseca. Tiempo que aprovechó para estudiar Biblia y Teología.
Los hermanos, al ver que Tomás no desistía de su idea, le enviaron a una prostituta para hacerlo pecar, pero el santo, con brasas encendidas la hace huir. El Santo obtiene su liberación y es enviado a Colonia en Alemania donde fue instruido por el sacerdote dominico San Alberto Magno.
Sus compañeros lo tomaban por tonto al verlo robusto y silencioso y lo apodaron “el buey mudo”. Pero cierto día un compañero le pidió sus apuntes y se los entregó a San Alberto, quien dijo: “Ustedes lo llaman el buey mudo. Pero este buey llenará un día con sus mugidos el mundo entero”.No obstante, la devoción de Santo Tomás era lo que más resaltaba. Solía pasar mucho tiempo en oración y vivía un gran amor a la Eucaristía.
“¿Quién es Dios?” se preguntaba Santo Tomás de niño una y otra vez. Toda su vida será dar una respuesta a esta pregunta, y dará una respuesta maravillosa con sus escritos, en especial con su Suma Teológica. En cuatro años escribió “la Summa Teológica”, su obra maestra de 14 tomos, que se volvió tan importante que el Concilio de Trento utilizó tres libros de consulta: la Biblia, los Decretos de los Papas y la “Suma Teológica” de Santo Tomás.
Lo admirable de este santo es que la sabiduría no la adquirió tanto en la lectura de libros, sino de rodillas y en oración ante el crucifijo. Además, cuando exponía sus ideas, las hacía con respeto y total calma, aun cuando sus contrincantes lo ofendían.
Cuentan que en una ocasión escuchó de Jesús: “Tomás, has hablado bien de mí. ¿Qué quieres a cambio?”. Santo Tomás respondió: “Señor: lo único que yo quiero es amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más”.
Al final de su vida, le fue concedido una profunda experiencia de Dios. Santo Tomás dirá: ¡Lo que he visto supera infinitamente lo que he escrito! Y pidió permiso a su superior para quemar sus escritos que eran como paja en comparación de lo poco que vio del Cielo. ¡Gracias a Dios, no llegó a quemar su obra! Pero esto nos da una pequeña idea del amor y deseo ardiente que animaba a este santo.
Fuente: Material elaborado en base a un artículo publicado en Aciprensa