Tomás Moro (1478-1535) abogado, esposo y padre de 4 hijos es una de las figuras más brillantes del Renacimiento. Su enorme cultura le valió el cargo de canciller del rey Enrique VIII. Cuando éste rompió con la Iglesia Católica proclamándose Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, se deshizo de Tomás Moro. Lo acusó injustamente a través de calumnias y fue arrestado y encarcelado.
Cuando el rey mandó a que lo decapitaran, al pie del cadalso, agotado por los tres meses de prisión, antes de subir los escalones para que le cortaran la cabeza, Tomás Moro, no pudo con su genio y su último acto público fue un acto de humor, le dijo a su verdugo: “le ruego, señor teniente, ayúdeme a subir; en cuanto a bajar, deje que ruede por mí mismo”.
Fue canonizado en 1935 y en el año 2000, Juan Pablo II lo proclamó patrono de los políticos ya que se empeñó por el bien común sin importarle sus intereses personales siendo coherente hasta el fin. Su humor fue parte de la virtud de la fortaleza, llena de caridad.
Esta es la conocida oración de Santo Tomás Moro pidiendo, entre otras, cosas el don del sentido del humor. ¿Nosotros, alguna vez, pedimos este don?:
«Señor, dame una buena digestión y -naturalmente- algo para digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla. Dame un alma sana que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro, de manera que frente al pecado no me escandalice sino que sepa encontrar la forma de ponerle remedio.
Dame un corazón que no conozca el aburrimiento, las quejas, los suspiros y los lamentos. No permitas que me tome demasiado en serio, ni que me invada mi propio ego.
Dame el sentido del humor, dame el don de saber reírme, a fin de que sepa traer un poco de alegría a la vida haciendo partícipe a los otros. Amén».
Santo Tomás Moro
Las bienaventuranzas de Santo Tomás Moro
Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse. Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes. Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas. Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol. Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por los imprevisible.
Felices ustedes si saben callar y ójala sonreir cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobretodo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
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