Tomar la cruz de cada día o arrastrarla?

martes, 29 de marzo de 2022
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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 24)

Hace algunas semanas atrás, escuchamos este Evangelio en la misa. Ciertamente lo conocía, pues tantas veces he rezado y meditado con él. También es uno de los pasajes favoritos de muchos religiosos y religiosas ya que les recuerda su llamada vocacional. Incluso a mí, que estoy en camino hacia la consagración me hace acordar mis búsquedas, mi discernimiento y lo que implica sentirse interpelado por Jesús a seguirlo, con todo lo que eso conlleva.

Y por cierto que también al hablar de la cruz nos ayuda en este tiempo de cuaresma a prepararnos e ir disponiéndonos a vivir la pasión, muerte y resurrección de Jesús que se donó hasta el extremo por nosotros.

Pero más allá de lo anterior, el objeto de mi reflexión es otro. Justo por esos días en que escuché el Evangelio me sentía un poco cansado, física y mentalmente. Pero, ¿Qué tiene que ver mi cansancio con el Evangelio? Y la respuesta la encontré ese mismo día, en el encuentro profundo con Jesús meditando su Palabra.

En este texto podemos darnos cuenta que Jesús no hace invitaciones a medias, por lo que tampoco espera de nosotros respuestas tibias. Su propuesta es firme y clara: quien quiera seguir sus pasos, debe negarse a sí mismo, cargar con su propia cruz y seguirlo. Pero es tan sencillo así como suena? Y la respuesta es definitivamente no. Pues aunque tengamos la intención o más bien el deseo firme de seguir a Jesús con todo nuestro corazón, no podríamos pretender hacerlo solo con nuestras propias fuerzas.

Cuando meditaba con este evangelio, inevitablemente pensaba en lo que estaba viviendo interiormente en ese momento… cansancio, fatiga e incluso espiritualmente desolado, no encontrándole mucho sentido a las cosas. Y de repente a partir de mi experiencia me vino una reflexión que nunca había tenido: será que aunque me sienta agotado y sin muchas fuerzas estaré cargando con ánimo mi propia cruz como me invita Jesús, sabiendo que siempre después de las dificultades viene el consuelo y la esperanza? O tal vez solo estoy arrastrándola, por inercia, sin sentido, caminando sin horizonte, solo esperando el momento donde duela menos para abandonarla?

Y me hizo mucho bien, porque Jesús cuando nos invita a seguirlo tomando nuestra propia cruz no nos promete una vida perfecta y sin dolores. Cuándo habla de la cruz no se refiere a una cruz física, enorme y pesada; más bien la cruz de la que nos habla es aquella que nos hace confrontarnos con nosotros mismos, con nuestros límites, con aquello que nos cuesta, que nos hace doler el corazón. Pueden ser situaciones, momentos e incluso personas que le van agregando peso a nuestra espalda. Pero Jesús sabe de lo que habla, Él no nos invita a seguirlo porque es fácil, al contrario, sabiendo lo que significa, nos anima a tomar este camino porque de lo que sí podemos tener certeza es que después de cargar la cruz, viene la esperanza, la vida, el consuelo, la alegría, el gozo; todo aquello que brota de la resurrección, de su resurrección.

Creo que de alguna manera llegar a este punto de profundidad con este Evangelio me ayudó a darme cuenta que aunque muchas veces sea difícil, he hecho la opción de tomar mi cruz y cargarla, no arrastrándola, sino consciente de que incluso con caídas y momentos dónde pareciera no poder seguir avanzando, ahí va Jesús conmigo, siempre fiel, pues Él también por opción decide acompañarme en mi propio camino de cruz  del día a día.

Javier, novicio de Don Orione