El amor todo lo perdona

viernes, 6 de mayo de 2016
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06/05/2016 – Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”.

Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro!”, respondió él. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”. Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”. Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

 

Lc 7, 36-50

 

 

La fuerza del amor nos trae el perdón

La escena evangélica habla por sí sola; sobraría todo comentario. La fuerza del amor es la que no solamente nos trae el perdón sino que la gracia de la reconciliación nos impulsa a ir más allá de lo que solos podríamos.

El fariseo y la mujer representan dos actitudes ante Dios, por su actitud autosuficiente, el primero no alcanza el reino de Dios ni recibe su favor, que ya cree poseer; por su postura humilde, la segunda entra por la puerta grande del Reino sin más credenciales que su arrepentimiento, su vacío, las lágrimas y su amor, que le consiguen el perdón y el don de Dios. El amor y el perdón se implican mutuamente, “porque el amor cubre la multitud de pecados” (1 Ped 4,8).

Es una de las páginas más contundentes del evangelio, donde la corrección parte de la ternura. Ella recibe el perdón de un amor que le otorga la oportunidad no sólo de romper el frasco para ungir al maestro sino de romper con todo lo pasado y abrirse a lo que viene por delante. Cuánta necesidad de una honda conversión personal y comunitaria. Como dice el apóstol, dejo atrás el camino recorrido, considero basura lo vivido y me lanzo adelante en busca de la meta porque he sido alcanzado por Cristo Jesús. 

El estilo de Jesús es el de un amor inmenso. Toda la presencia de Jesús en el ambiente es el de un gran abrazo. Abraza al que se equivoca creyéndose más, y también a quien necesita ocupar su lugar.

Es el camino que necesitamos dejar transitar a Jesús, que Él obre y su amor envolvente es el que nos lo permite. Que te sientas envuelto en el amor de Dios de tal manera que en medio de todo y a pesar de todo, Él está allí, el gobierna y Él pone las cosas en su lugar. El mensaje más claro en esta escena es que Dios iguala todo poniendo cada cosa en su lugar. Si crees que en tus lugares hace falta un nuevo orden, pedile al Señor: “Vení, señoreá mi vida, se Señor de la historia”. Y esperá ternura, misericordia y justicia, que en Dios se integran. 

 

 

Padre Javier Soteras