Jacob: Lucha nocturna y encuentro con Dios

lunes, 6 de febrero de 2017
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Rezar

06/02/2017 –  En la Catequesis, tomando las enseñanzas de Benedicto XVI, nos centramos en la lucha entre Jacob y Dios. Que allí donde abundó el pecado en nuestras vidas que podamos ser testigos de cuánto más sobreabunda su gracia.

Aquella noche, Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres, a sus dos sirvientas y a sus once hijos, y cruzó el vado de Iaboc. Después que los hizo cruzar el torrente, pasó también todas sus posesiones. Entonces se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta rayar el alba. Al ver que no podía dominar a Jacob, lo golpeó en la articulación del fémur, y el fémur de Jacob se dislocó mientras luchaban. Luego dijo: «Déjame partir, porque ya está amaneciendo:. Pero Jacob replicó: «No te soltaré si antes no me bendices». El otro le preguntó: «¿Cómo te llamas?», «Jacob», respondió. El añadió: «En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido». Jacob le rogó: «Por favor, dime tu nombre». Pero él respondió: «¿Cómo te atreves a preguntar mi nombre?». Y allí mismo lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar con el nombre de Peniel, porque dijo: «He visto a Dios cara a cara, y he salido con vida». Mientras atravesaba Peniel, el sol comenzó a brillar, y Jacob iba rengueando del muslo. Por eso los israelitas no comen hasta el presente el nervio ciático que está en la articulación del fémur, porque Jacob fue tocado en la articulación del fémur, en el nervio ciático.

Gn 32, 23-33

Este es un episodio bastante particular de la historia del patriarca Jacob. Es un fragmento de difícil interpretación, pero importante en nuestra vida de fe y de oración; se trata del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboc, del que hemos escuchado un pasaje. Al final del relato, Dios muestra su identidad bendiciéndolo.

Como recordarán, dice el Papa Benedicto, Jacob le había quitado a su gemelo Esaú la primogenitura a cambio de un plato de lentejas y después le había arrebatado con engaño la bendición de su padre Isaac, ya muy anciano, aprovechándose de su ceguera. Tras huir de la ira de Esaú, se había refugiado en casa de un pariente, Labán; se había casado, se había enriquecido y ahora volvía a su tierra natal, dispuesto a afrontar a su hermano después de haber tomado algunas medidas prudentes. Pero cuando todo está preparado para este encuentro, después de haber hecho que los que estaban con él atravesaran el vado del torrente que delimitaba el territorio de Esaú, Jacob se queda solo y es agredido improvisamente por un desconocido con el que lucha durante toda la noche. Este combate cuerpo a cuerpo —que encontramos en el capítulo 32 del Libro del Génesis— se convierte para él en una singular experiencia de Dios.

Jacob es vencido en su propia fragilidad: la de haber robado la bendición de su hermano. El apóstol San Pablo tiene una expresión muy bella que representa esta realidad: “Donde hubo pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5,20) dice el apóstol. Se refiere Pablo a que el pecado es el lugar donde Dios entra en contacto con nosotros y nos transforma. Aquello que negamos y que nos cuesta aceptar de nuestra fragilidad, Dios lo recibe y nos bendice. Dios escribe derecho en renglones torcidos, también en tu vida.

 

En nuestras noches Dios se hace luz

El camino que el Señor nos regala es de gozo, alegría y paz si en la oración con humildad y sencillez, damos lucha desde nuestra propia fragilidad. Como decía un sabio monje a otro más joven, la oración es un combate entre Dios y su infinita misericordia y nosotros y nuestras pobrezas.

Jacob es vencido en su propia fragilidad. La lucha fue contra sí mismo al estar de cara al misterio de Dios. Fue herido no desde fuera, sino desde dentro, evidenciando su herida desde siempre. Jacob se queda solo y es allí agredido en la noche sorpresivamente. La noche es el tiempo favorable en que a escondidas actúa Dios. En la oscuridad de nuestra alma el Señor busca la forma de vencer para traernos luz. La Palabra dice “la noche es clara para Tí como el mediodía”. Al Señor no hay oscuridad que le espante. Si lo sabemos, no podemos permanecer ocultos en nuestras miserias. 

Donde la vida se nos hace desagradable por el peso de las sombras que ganan el corazón, desde ese lugar sombrío y triste de desaciertos, puede abrirse el alma a la pregunta a Dios: ¿Cuál es el camino? ¿Cómo acercarme si no te acercás? ¿Cómo encontrarte si no me encontrás? y a partir de allí con sencillez y humildad mostrarle a Dios nuestras propias fragilidades. Ese lugar sombría, puede ser el camino para el encuentro. “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” dice San Pablo.  Ojalá podamos encontrarnos de cara a nuestra propia debilidad, como Jacob, y allí veamos la oportunidad de que Dios se nos acerque y nos muestre su infinita misericordia.

Donde hemos sido vencidos por el pecado, vencemos por la gracia de Dios que nos bendice en su infinita misericordia. Lo dice el salmo, “la noche se hace más clara que la luz”. En nuestras noches oscuras el Señor se hace presente para vencernos con su bendición como lo hizo con Jacob.

 

 

El texto claramente de Gn 32, nos pone de cara a una difícil interpretación. Dios lo visita de una manera muy misteriosa. El episodio tiene lugar, por tanto, en la oscuridad y es difícil percibir no sólo la identidad del asaltante de Jacob, sino también cómo se desarrolla la lucha. Leyendo el texto, resulta difícil establecer cuál de los dos contrincantes logra vencer. En realidad, podemos decir nosotros, vencen los dos: Jacob vence porque Dios lo vence, y Dios vence por Jacob se deja vencer.

No hay forma de acceder a Dios si no es a través de la gracia de la redención que nos muestra nuestra condición de fragilidad y pobreza.

A veces parecemos fuertes e invencibles, donde creemos que no hay forma que nada falle. Pero en algún lugar aparece la vulnerabilidad y la herida. De hecho, en el caso de Jacob al principio él parece ser el más fuerte, y el adversario —dice el texto— «no lograba vencerlo» (v. 26); con todo, golpea a Jacob en la articulación del muslo, provocándole una luxación. Se debería pensar entonces que Jacob va a sucumbir; sin embargo, es el otro el que le pide que lo deje ir; pero el patriarca se niega, poniendo una condición: «No te soltaré hasta que me bendigas» (v. 27). Aquel que con engaño le había quitado a su hermano la bendición del primogénito, ahora la pretende del desconocido, de quien quizás comienza a vislumbrar las connotaciones divinas, pero sin poderlo aún reconocer verdaderamente. El que termina venciendo es el que bendice, pero el que bendice vence porque ha sido vencido por la capacidad del contrincante. Los dos vencen, Jacob y Dios.

Que bueno haber encontrado en las sombras de nuestro corazón las respuestas a las preguntas que brotan de esa oscuridad. Cuando lo ponemos de cara a Dios y nos presentamos existencialmente así, frágiles y vacíos, oscuros y sinsentido con las formas y nombras que en cada uno va tomando, Dios no deja de decirnos que para Él la tiniebla es clara como la luz.

El salmo 31 expresa de modo poético y cruda la experiencia de quien en su culpa es absuelto y de a quien le han sepultan su pecado. Muere el pecado por gracia a Dios y liberado por gracia de Dios canta el salmista:

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

‘Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no le alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.

 

Dejarse bendecir en la oración

Dios haciéndose frágil a la medida nuestra vence en nosotros. En el llanto de Belén y en el de la cruz, se muestra acompañando la lagrima de la realidad existencial del mundo. Un Dios que se muestra fráfil y así nos transforma. Le pedimos al Dios bueno que nos enseñe de su corazón, que nos muestre su estílo y podamos acompañar con su sentir este momento tan difícil de la humanidad. Que la misericordia de Dios pueda más que la locura humana.

La noche de Jacob, dice el Papa Benedicto,  en el vado de Yaboc se convierte así, para el creyente, en un punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración requiere confianza, cercanía, casi en un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que parece inalcanzable. Por esto el autor sagrado utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad para alcanzar lo que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, entonces la lucha no puede menos de culminar en la entrega de sí mismos a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence precisamente cuando se abandona en las manos misericordiosas de Dios.

Toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, que se ha de vivir con el deseo y la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que se debe recibir de él con humildad, como don gratuito que permite, finalmente, reconocer el rostro del Señor. Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. Más aún: Jacob, que recibe un nombre nuevo, se convierte en Israel y da también un nombre nuevo al lugar donde ha luchado con Dios y le ha rezado; le da el nombre de Penuel, que significa «Rostro de Dios». Con este nombre reconoce que ese lugar está lleno de la presencia del Señor, santifica esa tierra dándole la impronta de aquel misterioso encuentro con Dios. Quien se deja bendecir por Dios, quien se abandona a él, quien se deja transformar por él, hace bendito el mundo. Que el Señor nos ayude a combatir la buena batalla de la fe (cf. 1 Tm 6, 12; 2 Tm 4, 7) y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve a la espera de ver su rostro.

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a Catequesis de la Audiencia General del  25 de mayo del 2011