El rostro real de Dios: el deber ser como resistencia para encontrarlo

viernes, 8 de abril de 2016
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“Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre». El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.

Mc 10,17-22

Hoy querremos entrar por dos condicionamientos que nos impiden encarar en contacto con el Dios verdadero: EL ético, el hombre cumplidor.

El hombre cumplidor es el que tiene como horizonte de su propia vida el deber ser. Este hombre del deber ser, ético; el hombre cumplidor, lo vamos a estar desenmascarando para que al igual que el hombre racional, pueda ponerse de rodillas ante el misterio en silencio. Cuando digo ponerlo de rodillas, me refiero a nosotros mismos porque convivimos con él hombre ético o racional que nos viene  del ámbito de la cultura griega.  El hombre ético nos viene del ámbito de la cultura judeocristiana.

San Pablo en  1Corintios  3 habla de la critica al judaísmo radicalizado y al mundo griego radicalizado: al racionalismo y a la ley por si misma. Pablo dice que ahora la verdad y la sabiduría vienen de la mano de la Cruz. Ni la racionalidad ni la legalidad explican todo ni nos dan paz. La inquietud por la verdad nos conduce por otro camino y la sabiduría esta escondida en el madero.

¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? Los mandamientos los había cumplido desde su juventud. Ahora tenía que dejarlo todo. Venderlo e ir detrás de Jesús. A esto no se animó el joven rico. Aquel hombre que con buena disposición se acercaba a Jesús para intentar dar un paso más en todo lo que hasta acá había dado. No entendió el camino de la libertad para seguir a Jesús. Como si alcanzarlo fuera propio de quien da pasos detrás de él, en una carrera de ascenso detrás de la persona que se presenta como el Dios verdadero.

Vende todo, y sígueme. Es decir. Abandoná tu esquema, abandoná tu comportamiento, desprendete de lo que hasta aquí has creído respecto de Dios, animate a dar un paso en la oscuridad de la fe, detrás de las sorpresas con las que yo te voy a ir guiando en el camino. ¿Cómo se hace eso? Hay que estar siempre desapropiado? Yo soy el Dios vivo, y real. Con rostro concreto. No me comprometo a identificarme con tu comportamiento. Por más bueno que sea. Esto es lo que Jesús le está diciendo al joven rico. Cuando le dice que dé un paso más. No está mal lo que hizo. Pero no está todo lo bueno que podría estar.

Desasimiento de sí mismo. abandonar el propio saber, el propio entender, el modo que nos sirvió para alcanzar una meta. El propio saber, el propio entender, es estar siempre peregrinando. Aun cuando hemos alcanzado grandes cosas siempre tenemos que preguntarnos como diría San Ignacio ¿Qué más?

Por otra parte el camino de la mortificación que es aprender a morir a mí mismo, a mi querer. A que las cosas sean como yo quisiera. No es un camino de masoquismo. A veces coincide con el querer de Dios y cuando esto sucede también es mortificante porque lo que hago no lo hago porque estoy movido por mi propio saber o querer sino porque esto depende de una voluntad superior e esto es morir a sí mismo también. Muchas veces es tener que ir por caminos por los que uno jamás hubiera elegido. Te toca ir por ahí aunque no quieras. este camino se vislumbra en el

Esta mortificación y desasimiento nos permite claramente avanzar sin estar dependiendo de lo que está mandando lo cual tampoco pude obviarse porque no es que este mal lo que esta mandado, lo que esta mal es hacer de lo mandado un escudo para no avanzar sobre los caminos nuevos sobre los que Dios nos sorprende en la marcha de todos los días

¡Buen día! En esta mañana queremos seguir descubriendo el rostro real de Dios y te invitamos a compartir ¿Qué tenés que…

Posted by Radio María Argentina on viernes, 8 de abril de 2016

 

El mundo ético se constituye desde ésta perspectiva en un negociarle a Dios desde el deber ser lo que no termina por ser la entrega   definitiva de nuestro propio corazón en libertad y por lo tanto es un lugar muy sútil porque en el buen comportamiento que nos hace bien reemplazamos a Dios, sin estar abiertos a la voz de lo que Dios nos dice.

El hombre “Etico”, el hombre cumplidor no puede olvidarse de sí mismo. Vive como calificándose consciente o inconscientemente en bueno o malo. Propiamente no conoce el rostro del amor de Dios. El amor es más que bueno. Por eso Jesús le dice “¿Por qué me llamas bueno?” Es como si él proyectara en el cumplimiento de la ley la bondad de lo que ello supone la figura del Dios que tiene dentro suyo al que él considera bueno. Está lo bueno y está lo malo, lo bueno se cumple lo malo se evita y está bien, pero Dios es mucho más que bueno

Cultiva en todo caso la honestidad, y el cumplimiento del deber. Es el hombre del derecho. De las obligaciones de la ley. Y las normas que son como las muletas con las que puede ayudarse para “ ser bueno…”.

¿Quién es Dios? Es el supremo legislador. El bien absoluto. Y la retribución de Dios es más un mérito personal que una gratitud de bondad que nos permite alcanzar lo que por nosotros mismos no podríamos alcanzar si no estuviera de nuestro lado. Dios da sin medida y no necesita de nuestros méritos. Es la desmesura de Dios.

En el comportamiento ético todo está medido: si hago ayuno “¿Cuántos gramos de carne se pueden comer? ¿Pero como?” “¿Desde qué hora?” Si  bien esto sirve pare orientar no puede cifrar nuestro comportamiento, es como ahogar la voluntad hacia adelante.

Para el hombre ético Dios es un gran legislador, su templo lo tiene construido sobre el esquema del orden, todo puesto en su lugar. Ya no sobre las ideas sino sobre el esquema del orden, todo puesto en su lugar. Un sistema perfecto que lo construye normas. Que encuadra en todas las posibilidades humanas que no deja resquicio para las complicaciones de la espontaneidad; el Espíritu y lo creativo. Es un mártir de la ley. Las normas son necesarias pero “Hecha la ley, hecha la trampa”.  Y entonces el orden “tanto y cuanto” diría Ignacio. ¿Quién lo determina? El objeto, para qué pongo orden en función de qué. Cuando el orden no tiene un objetivo estamos frente a un trastorno de compulsión en el comportamiento y esto se ve mucho en la vida religiosa. Es un comportamiento que carece de discernimiento y de fines que lo traccionen. El problema del hombre ético es que no siempre tiene muy claro el fin, el dónde y para qué.

Las normas preservan la iniciativa creadora que desordena. Esto piensa él. Es un hombre atado. Es esclavo de su comportamiento. Es un ateo que dice así, “sólo es posible creer en el Dios que tiene puesto bajo orden, y ese orden lo establezco yo”. Es su propio Dios. En las leyes que ha construido para defenderse del Dios que sorprende, mucho más allá de la ley. Que no la excluye, ni la deja de lado. Pero que no corresponde al orden que uno daría a las cosas. Es el que muestra la imagen de un Dios práctico. Que obliga pero que no transforma el fondo de la historia. Hace bueno al hombre pero no lo hace nuevo.

Envolver a Dios en una norma es también reducirlo. Limitarlo. Es desacralizarlo. El evangelio comprende y encierra una ética y una moral pero la supera. “A ustedes se les dijo, pero yo les digo”.