13/06/2016 – San Juan de la Cruz plantea que para salir al encuentro de Dios (o mejor dicho, dejarse encontrar por Él), precisamos “sosegar la casa”, es decir ordenar la persona. Éstos desórdenes interiores se manifiestan en sensación de ceguera, cansancio, suciedad o debilidad.
En una noche oscura, con ansia, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura por la secreta escala, disfrazada, ¡oh dichosa ventura!, a escuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.
Estas estrofas de la subida al monte nos introducen para recorrer este camino de ascenso que San Juan de la Cruz nos invita a transitar con él, reconociendo que eso es la vida espiritual: un camino de ascenso donde Dios nos espera para la unión profunda con Él. La montaña como lugar de revelación en la Sagrada Escritura, de manifestación de la teofanía, de autorevelación de Dios y de descubrimiento de toda nuestra identidad. Lugar donde Dios habla con Elías, con Moisés; donde Jesús se transfigura ante los discípulos en el Tabor, donde proclama las bienaventuranzas, donde se retira a orar… Sin duda, la imagen de la montaña habla de la manifestación de Dios.
Queremos adentrarnos en la dimensión que supone el vaciarse de sí mismo: no para quedar en el nihilismo, en el vacío sin sentido, sino para llenarnos todo de la presencia y del amor de Dios. Y por eso queremos detenernos en Dios, total plenitud que supone este camino de desprendimiento, despojo de nosotros para ser todo poseídos en Dios.
Esto de dejar la casa en orden, la casa sosegada, y por eso el hombre que puede salir en la noche oscura al encuentro de Dios que lo llama con la fuerza del amor, supone que nos hemos encontrado en la primera noche de los sentidos con los apetitos desordenados, con nuestras tendencias descontroladas, con la potencia interior de todas las capacidades que tenemos y de todos los sentidos sin estar puestos en su lugar. Y todo esto, dice Juan, necesita ser puesto en su lugar. Todo nuestro organismo, nuestra sensibilidad, nuestro modo de captar la realidad, nuestras pasiones, nuestros desenfrenos, nuestros desórdenes interiores, hay que ponerlos en su lugar porque atormentan, cansan, ciegan, ensucian y enflaquecen.
Hay cinco realidades dentro nuestro cuando no tenemos orden en la vida afectiva que nos denotan que no podemos seguir así. Y Juan las describe de este modo: atormentan, porque así como una persona sufre si se acuesta sobre espinas, así también sufre cuando se acuesta sobre sus apetitos que pulsan y espolean. A esto lo podemos descubrir en una cosa bien concreta: cuando uno come de más y se excede en el comer, mientras lo hace se disfruta y está todo bien, las consecuencias son después. O cuando uno ve a la noche una película llena de violencia o de un argumento sumamente hiriente, uno después se da cuenta que queda turbado para dormir. Uno termina como cargado negativamente en términos afectivos y es como si se acostara sobre espinas. Es real esto que dice el texto de San Juan de la Cruz.
Para poder salir hacia el encuentro con Dios hay que encontrar los espacios para sosegar y acomodar el corazón. Como le pasa al profeta en la montaña de Horeb: siente la tormenta, el relámpago, el terremoto, pero Dios elige la suave brisa para manifestarse. Qué importante es encontrar los espacios donde sosegar el alma de lo que atormenta.
Dice San Juan de la Cruz que hay cansancio y sordera, estamos como débiles. Cuando el alma está atormentada, con mucho ruido interior, perdemos visión y la mirada frente a lo que tenemos que hacer. Por eso necesitamos detenernos y calmarnos para clarificar la visión. Hay momentos en la vida donde para poder tomar decisiones necesitamos encontrar espacios donde serenar el espíritu y encontrar sosiego. Entonces cada uno de nosotros necesita descubrir cuáles son esos espacios, personas o circunstancias donde encontrar claridad.
Muchas veces tras un largo día, en medio de muchas cosas sentimos que ya no vemos más. Es recién al día siguiente, luego del reposo, cuando vemos. San Ignacio de Loyola advierte que en tiempo de tribulación no se deben tomar decisiones porque lo más facil es que uno, como el que va en la ruta en medio de un blanco de niebla, no vea con claridad y lo más probable es que se equivoque. En tiempo de tribulación tranquilo, no se modifican decisiones tomadas ni se toman nuevas. Tormenta y ceguera son consecuencias de la turbación en nosotros y hay que poner la casa en orden. ¿Cuáles son esas cegueras y tormentas que hay en mi vida? ¿Y cuáles esos cansancios que me impiden ir a donde Dios me llama?
Por eso a la tarde o noche tenemos que ir como desandando todo el ajetreo que hemos vivido a lo largo de la jornada. Es tiempo de la caída del sol, tiempo también del encuentro. Ése es el sentido que tiene también la oración de vísperas y de completas. Mientras el sol va cayendo, el hombre va dejando el fragor de su labor, de su tarea de todos los días, para encontrarse en lo escondido con el Dios que lo espera para sentarse a la mesa, para compartir en torno a la reflexión del día vivido juntos.
Cuando estamos desordenados interiormente además de ceguera, de falta de serenidad también nos aparece el cansancio. El cansancio, la mayoría de las veces, cuando nos gana el interior está afectado por emociones. Aparece tras la muerte de un ser querido, o una desilusión grande, cuando el alma se apaga y se mete en un lugar de estado de depresión. Una emoción muy fuertemente marcada por un dolor nos deja así. Para poder ir hacia adelante necesitamos salir de ese lugar y para eso hay que darse tiempo. Por ejemplo, ante la muerte de un ser querido, hay que respetar ese tiempo y duelar. No sea que por pasarlo por alto, nos quede como instalada esa realidad dolorosa, y el alma quede en un sustrato de un cierto bajón.
También pasa con las emociones positivas, cuando uno pierde cause, también queda el alma cansada. Por allí nos pasa en la radio, que son cosas tan fuertes que uno recibe por los compartires, tan llenos de vida, que cuando uno está mucho tiempo expuesto también la emoción positiva cansa. Quedamos cansados bajo el efecto de mociones positivas y negativas no canalizadas.
Un corazón bien dispuesto para seguir al Señor tiene que prepararse para la prueba. Lo dice la Palabra en el Antiguo Tewstamente, “si estás por seguir al Señor prepárate para la prueba”. También forma parte de la purificación el gozo. Dice Tomas de Kempis que el Señor tiene dos formas de probarnos, en la noche del dolor o en el gozo. Hay que preparar el corazón para salir al encuentro de Dios sabiendo calibrar el alma para darle cauce a las emociones y así tener espacio para recibirlo.
También aparece la suciedad, con la sensación de no estar limpios. En nuestro modo de vínculo en el comer, en el beber y en la sexualidad, tenemos que trabajar para poner la casa en orden. Y cuando se desata el desorden dentro de nosotros cuesta un poco más volver a la ruta, y hay que poner penitencia y disciplina para volver a la macha. Son cosas simples pero con mucha firmeza. La virtud que nos ayuda es la templanza. Por ella vamos aprendiendo a tener dominio y señorío de nosotros mismos frente a este sacudón de afectos desordenados que hace que nos vinculemos mal en el comer, beber y en la sexualidad. Son instintos primarios que hacen a la supervivencia personas y a la supervivencia de la especia. Cuando andamos por esos lados, estamos débiles y flacos, entonces el mal espíritu, dice San Ignacio, anda rondando y buscándonos.
Enflaquece el alma cuando hay desorden. Se siente como que no tiene consistencia ni fortaleza, así como cuando uno se va recuperando después de muchos días de estar en cama. Porque así como el agua, dice San Juan de la Cruz, que se derrama por las hendijas de una vasija quebrada pierde su fuerza, así el alma, derramada en pequeñas aficiones, no tiene vigor para centrarse en Dios. Es como que se diluye, pierde fuerza y vigor. Pedimos a Dios que nos haga serenos frente a las tormentas.
Padre Javier Soteras
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