06/05/2016 – El 8 de mayo se celebra la Fiesta de la Virgen de Luján, en su 129º aniversario de coronación. En medio de los festejos se dará el anuncio de la apertura de la causa de beatificación del Negro Manuel y el sacerdote vicentino Jorge María Salvaire, grandes apóstoles de la Virgen de Luján.
El anuncio lo hará Monseñor Agustín Radrizani, obispo de la diócesis de Mercedes – Luján, en las dos celebraciones eucarísticas centrales de la festividad del 8 de mayo en la misma Basílica de Luján.
El negro Manuel nació en 1604, en Cabo Verde –hoy ciudad llamada Dakar-, en la Costa de los Ríos, zona tórrida y occidental de África. En ese tiempo era colonia portuguesa.
A los 25 años, Manuel fue apresado por mercaderes de negros para ser vendido como esclavo en el Brasil. Llegó hasta el puerto de Pernambuco, después de una travesía de 30 días. Al atracar la nave los negros fueron llevados a la plaza pública, y allí puestos a la venta. Un capitán llamado Andrea Juan lo compró para su servicio. Eran los últimos meses del año 1629.
Dotado de una clara inteligencia y de un corazón humilde aprendió muy pronto las verdades de la Fe y fue bautizado quizás en los días de Navidad y Año Nuevo, y a los pocos días recibió la comunión. Y como era de corazón ingenuo y de alma pura e inocente todas las cosas de religión le daban una gran devoción.
El negro Manuel deja Brasil en enero 1630, rumbo al Puerto de Santa María de los Buenos Aires, junto con el capitán Andrea Juan. Andrea Juan, llevaba dos imágenes de la Virgen María a su amigo Antonio Farías de Sáa, a fin de darle culto en la Capilla que estaba construyendo en su estancia de Sumampa –en este tiempo se llamaba toda la región Córdoba del Tucumán-. Llegados a Buenos Aires, Andrea Juan tuvo algunos inconvenientes por ser contrabandista, como era común en esta época. Entonces su amigo Bernabé González Filiano, sale ante las Autoridades por fiador suyo, solventando la deuda. El marino portugués en agradecimiento le entrega su esclavo, el negro Manuel, y Filiano manda enseguida a Manuel a su estancia de Luján, para mayor seguridad y evitarse complicaciones.
Aquí aparece el famoso episodio de la carreta que no quería avanza, y María que decidió quedarse en tierras cercanas al hoy río Luján.
Discurriendo en tan extraña novedad, se supone que el negro Manuel, movido por la gracia de Dios dijo: “Señor, saque del carretón uno de los cajones, y observemos si camina”. Así se hizo, pero en vano. – “Cambien los cajones, veamos si hay en esto algún misterio”, replicó Manuel.
Aquí fue cuando llegó la admiración ya que los bueyes movieron sin dificultad el carretón. Insinuó el negro Manuel: “Esto indica que la imagen de la Virgen encerrada en este cajón debe quedarse aquí.”
Abrieron el cajón y encontraron una bella imagen de la Virgen en su advocación de la Purísima Concepción. Desde entonces, en lo más intimo del alma del negrito Manuel, se formó una unión firme e indeleble entre su corazón y la Virgen.
Dios dispuso entonces consagrar al negro Manuel al culto de la milagrosa imagen dejándolo en casa de Rosendo Oramas, ya que en él se manifestaban señales evidentes de su filial amor, respeto y veneración. Quedó allí para servirla con prolijidad y esmero. Todo su cuidado era en el aseo y decencia de su altarcito. Se aplicaba con tanta solicitud que nunca tenía a su Imagen sin luz ardiente.
A lo largo de los años Manuel llegó a ser consejero y amigo de los habitantes del lugar. Ayudó a la realización de la Capilla y nunca dejo de servir a la Virgen. Siendo ya un anciano enfermo, Manuel dijo antes de morir: “Mi Ama, la Santísima Virgen, me ha revelado que he de morir un viernes y que al sábado siguiente me llevará a la Gloria”. En efecto, murió tal como lo había anunciado hacia mediados de 1686.
Su cuerpo fue sepultado detrás del altar mayor del Santuario que se estaba terminando de edificar. La sirvió hasta 1671, o sea, 40 años haciéndolo con suma paz y alegría a su única Patrona. A Ella había sido donado como esclavo, y él entendía perfectamente lo que importaba una tal donación, y se reconocía por el verdadero y exclusivo esclavo de la Virgen.
En diciembre de 1873 deja el Padre Salvaire el Santuario de Luján para ir a misionar entre las tribus de los indios y permanece con ellos dos años, tiempo durante el cual llega a conocer las tolderías del Cacique Namuncurá. Bien recibido al principio, cambia su suerte luego debido a una peste de viruela desencadenada entre la indiada por lo que el Padre Salvaire es tomado prisionero y condenado a morir alanceado por ser portador de enfermedades, según propalan sus detractores que veían en él un peligro latente a sus ilícitas ganancias con la conversión de las tribus. Corría el mes de Octubre de 1875, Salvaire se siente solo, abandonado, y en aquella hora suprema recurre al Señor y a la Virgen de Luján haciendo voto de propagar su culto y de dar a conocer su historia. Fue escuchado y pudo volver sano y salvo.
A principios de enero de 1876 llegaba de nuevo al Santuario de Luján, pero en 1881 sale otra vez el padre Salvaire al desierto en una misión que tuvo por objeto recorrer las soledades de la pampa, para llevar a esos parajes la vida cristiana. Finalizada aquella tarea regresa nuevamente a Luján y allí se entrega de lleno a la búsqueda de material para formar su obra Historia de Nuestra Señora de Luján, que sale a la luz a fines de 1885, siendo hasta la actualidad la obra con más sentido crítico escrita sobre el tema..
En el año 1886 parte a Europa para pedir al Papa León XIII la coronación pontificia de la Virgen de Luján muñido de las necesarias credenciales de los Señores Obispos de las regiones del Plata. Con las preciosas piedras y alhajas que llevara consigo hace construir en París la corona que circundará las sienes de la Virgencita de Luján, y que el Papa en persona bendice.
El 8 de mayo de 1887, en un marco de inigualada magnificencia, en un ambiente de exaltación y ante unas 40.000 personas, Monseñor León Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, en nombre y representación del Sumo Pontífice corona solemnemente la antigua y verdadera imagen de Nuestra Señora de Luján. Allí, junto al Prelado, estaba el padre Salvaire, alma de toda la fiesta. El 15 de mayo siguiente, Mons. Aneiros, bendecía la piedra fundamental que debía servir de base a la atrevida empresa de la grandiosa Basílica, que se levanta hoy en honra a la Celestial Protectora del Plata.
El 18 de noviembre de 1889 escribe el P. Salvaire una solicitud al Arzobispo a fin de poder comenzar las obras de la proyectada Basílica que si bien tenía sus partidarios, mayor era el número de adversarios que no tenían fe en su realización. En la Curia de Buenos Aires se decía: “Esto nunca se hará, es una locura”. Felizmente el Arzobispo, que estaba contagiado con la santa locura de Salvaire le dijo a éste: “Hijo mío, sigue adelante, toda responsabilidad cae sobre mí”. Y firmaba el 29 de noviembre el documento de aprobación. El 6 de mayo de 1890 se abrían y bendecían los cimientos de la futura Basílica con gran solemnidad.
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