¿Qué harás, Señor, para vencer la obstinada indiferencia de los hombres? Te has agotado en este misterio de amor; has ido tan lejos que, como comentan los Santos Padres, has llegado hasta donde podía llegar tu Poder. Si los contactos divinos con tu sagrada Carne no consiguen destruir este hechizo que me seduce, en vano podré esperar en otro remedio de mayor fuerza. A tan grande calamidad, sólo una salida encuentro: que me des otro corazón, un corazón dócil, un corazón sensible, un corazón que no sea de mármol ni de bronce; es menester que me concedas tu mismo Corazón. Ven, amable Corazón de Jesús, ven y colócate en el centro de mi pecho y enciende en él un amor tal que acierte a responder, de algún modo, a mi deber de amarte. Dios mío, ama a Jesús que está en mí en la medida en que me has amado a mí en El. Haz que ya no viva sino por El para llegar a vivir eternamente con El en el cielo. Amén.
¿Qué harás, Señor, para vencer la obstinada indiferencia de los hombres? Te has agotado en este misterio de amor; has ido tan lejos que, como comentan los Santos Padres, has llegado hasta donde podía llegar tu Poder.
Si los contactos divinos con tu sagrada Carne no consiguen destruir este hechizo que me seduce, en vano podré esperar en otro remedio de mayor fuerza.
A tan grande calamidad, sólo una salida encuentro: que me des otro corazón, un corazón dócil, un corazón sensible, un corazón que no sea de mármol ni de bronce; es menester que me concedas tu mismo Corazón.
Ven, amable Corazón de Jesús, ven y colócate en el centro de mi pecho y enciende en él un amor tal que acierte a responder, de algún modo, a mi deber de amarte.
Dios mío, ama a Jesús que está en mí en la medida en que me has amado a mí en El. Haz que ya no viva sino por El para llegar a vivir eternamente con El en el cielo. Amén.
San Claudio de la Colombiere,
al finalizar una disertación sobre corpus cristi