08/11/2019 – Queridos hermanos, en el marco del Año Jubilar de la Obra de María, iniciamos el Camino de Consagración. A continuación, les compartimos la reflexión para este primer día y la oración con la que nos preparamos, junto al Rosario, durante el Mes de María para la próxima consagración del 8 de diciembre.
María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor,y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre! Lucas 1, 46-49
María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor,y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre!
Lucas 1, 46-49
La pobreza en términos evangélicos no es un valor en sí mismo y María en este sentido nos da ejemplo y testimonio. Ella, en Nazaret dedicada a las cosas de la casa, sujeta a su marido trabajador, a su Hijo a quien educa, vive como una vecina más, se entremezcla con las cosas de su pueblo y en la sencillez de ese convivir cotidiano, esconde el secreto que Dios ha puesto en su corazón desde el momento de la Anunciación.
La opción por vivir austeramente está determinada por la riqueza verdadera con la que Dios colma su corazón. La sencillez y pobreza están en orden a la riqueza que se esconde mucho más allá de la posesión de un bien material, espiritual o afectivo.
En este sentido María viene a educarnos abriéndonos al misterio de la presencia de su Hijo y a partir de allí a administrar todo lo que tiene que ver con los recursos para vivir dignamente en relación a ese bien, el mayor, el más grande, el más rico de todos: Jesús en medio nuestro.
María nos enseña que el camino que conduce a Dios es el desprendimiento, el abandono, la entrega y el desapego. Esto no es el desinterés, la apatía, donde todo da igual, lo mismo tener que no tener. Dios nos educa en la persona de María a vivir como Él quiere que vivamos con lo que tenemos y nos hace falta. La pobreza y sencillez de la que hablamos no tiene que ver con una categoría social sino con ver las cosas ordenadas según lo que Dios nos pide y quiere de nosotros en la misión que nos confía.
María nos educa en la pobreza según el proyecto de Dios. Vivir en la pobreza es vivir austeramente con lo que hace falta para que uno pueda estar libre de corazón y así la voluntad de Dios se manifieste en plenitud. En el tiempo que nos toca vivir esto pareciera un anti valor porque las personas se autodefinen y se valoran por lo que tienen y no por lo que son.
A la luz del Evangelio y bajo la mirada educadora de María, sus hijos valen por lo que son y son en la medida que como en ella se haga la voluntad de Dios y deben tener lo que les hace falta para ser lo que están llamados a ser.
Nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas, y decirle: «Madre, ¿qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación…
Y en silencio, y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: « ¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?»
« ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).
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“Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi salvador”, (Lc. 1,…
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