Tú, que oyes nuestras voces, aunque no hablemos,
pues comprendes en el movimiento de nuestras manos
el lenguaje de nuestros corazones.
No te pedimos, Señora,
que nos des la voz y el oído para nuestros cuerpos,
sino que nos concedas entender la Palabra de tu Hijo,
y llegar a Él con amor,
para la salvación de nuestras almas.
Queremos amar nuestro silencio
para evitar la calumnia, el odio y el pecado
y, callando, dar testimonio de nuestra Fe.
Queremos ofrecerte el silencio en que vivimos
para que todos te llamemos Madre
y seamos verdaderos hermanos,
sin odios, ni rencores, como hijos tuyos.
Te rogamos traduzcas nuestro arrepentimiento
ante tu divino Hijo, en la hora de la muerte,
para que en la otra vida podamos oír y hablar cantando
tu alabanza por toda la eternidad.