13/02/2017 – La destrucción de las familias y de los pueblos comienza a partir de los pequeños celos y envidias, por lo que es necesario detener al inicio los resentimientos que suprimen la hermandad. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Una Misa que el Pontífice ofreció por el Padre Adolfo Nicolás, quien fue Prepósito General de la Compañía de Jesús desde el año 2008 y hasta el 2016, quien está a punto de regresar a Oriente donde seguirá trabajando. “Que el Señor – dijo Francisco – le retribuya todo el bien hecho y que lo acompañe en su nueva misión. Gracias, Padre Nicolás”. Asimismo participaron en esta celebración los miembros del Consejo de los Nueve Cardenales que se encuentran en la Ciudad del Vaticano con motivo de su XVIII reunión.
El Papa comenzó su reflexión a partir de la primera Lectura, tomada del libro del Génesis, que habla de Caín y Abel. Y puso de manifiesto que por primera vez en la Biblia “se dice la palabra hermano”. Es la historia “de una hermandad que debía crecer, ser bella, y que termina destruida”. Una historia – observó Francisco – que comienza “con pequeños celos”: Caín está irritado porque su sacrificio no es agradable a Dios e inicia a cultivar aquel sentimiento dentro de sí. Podría controlarlo, pero no lo hace:
“Y Caín prefirió el instinto, prefirió cocinar dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento. Y crece. Crece. Así crecen las hostilidades entre nosotros: comienzan con una pequeña cosa, celos, envidia y después esto crece y vemos la vida sólo desde aquel punto y aquella brizna se vuelve para nosotros una viga, pero la viga la tenemos nosotros, pero está allí. Y nuestra vida gira en torno a aquello y aquello destruye el vínculo de hermandad, destruir la fraternidad”.
Poco a poco se llega a estar “obsesionados, perseguidos” por aquel mal, que crece cada vez más:
“Y así crece, crece la hostilidad y se termina mal. Siempre. Yo me separo de mi hermano, éste no es mi hermano, éste es un enemigo, éste debe ser destruido, echado… y así la gente se destruye, así las enemistades destruyen a las familias, a los pueblos, ¡todo! Ese amargarse la vida, siempre obsesionado con aquello. Esto ha sucedido a Caín, y al final mató a su hermano. No: no hay hermano. Sólo yo existo. No hay hermandad. Sólo yo existo. Esto que ha sucedido al inicio, nos sucede a todos nosotros, la posibilidad; pero este proceso debe ser detenido inmediatamente, al inicio, ante la primera amargura, detenerse. La amargura no es cristiana. El dolor sí, la amargura no. El resentimiento no es cristiano. El dolor sí, el resentimiento no. Cuántas enemistades, cuántas desavenencias”.
Participaron en esta Misa algunos nuevos párrocos, por lo que el Papa dijo: “También en nuestros presbíteros, en nuestros colegios episcopales: ¡cuántas rupturas comienzan así! Pero, ¿por qué a éste le dieron aquella sede y no a mí? ¿Y por qué a éste? Y… pequeñas cosas… rupturas… Se destruye la hermandad”. Y Dios pregunta: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. La respuesta de Caín “es irónica”: “No sé: ¿acaso soy yo el custodio de mi hermano?”. “Sí, tú eres el custodio de tu hermano”. Y el Señor dice: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el suelo”. Cada uno de nosotros – afirmó el Pontífice, incluyéndose en la lista – puede decir que jamás ha matado: pero “si tú tienes un sentimiento malo hacia tu hermano, lo has matado; si tú insultas a tu hermano, lo has matado en tu corazón. Matar es un proceso que comienza desde lo pequeño”. Así, sabemos “dónde están aquellos que son bombardeados” o “que son expulsados” pero “éstos no son hermanos”:
“Y cuántos poderosos de la Tierra pueden decir esto… ‘A mí me interesa este territorio, a mí me interesa esto pedazo de tierra, este otro… si la bomba cae y mata a doscientos niños, no es mi culpa: es culpa de la bomba. A mí me interesa el territorio…’. Y todo comienza a partir de aquel sentimiento que te lleva a separarte, a decir al otro: ‘Este es fulano, éste es así, pero no es hermano…’, y termina en la guerra que mata. Pero tú has matado al inicio. Este es el proceso de la sangre, y hoy la sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo. Pero todo está relacionado, ¡eh! Aquella sangre allá tiene una relación – tal vez una pequeña gota de sangre – que con mi envidia, mis celos yo he hecho salir, cuando he destruido una hermandad”.
Que el Señor – fue la oración conclusiva de Francisco – nos ayude hoy a repetir esta pregunta suya: “¿Dónde está tu hermano?”, y que nos ayude a pensar en aquellos a los que “destruimos con la lengua” y “a todos aquellos que en el mundo son tratados como cosas y no como hermanos, porque es más importante un pedazo de tierra que el lazo de la hermandad”.
Fuente: Radio Vaticana
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