Dom Ogliari: “Que el cónclave se abra al Espíritu”

martes, 29 de abril de 2025

29/04/2025 – En la sexta reunión de los cardenales reunidos con vistas a la elección del sucesor de Francisco, el abad benedictino de San Pablo Extramuros instó a poner a Cristo en el centro, por una Iglesia abierta a la fraternidad y al diálogo, que trabaje por el bien del mundo y por la paz. El Cónclave no debe ser un “lugar cerrado”, sino un “Cenáculo” abierto de par en par al mundo entero, en el que impere “la libertad del Espíritu” que “rejuvenece, purifica, crea”. Esta es la esperanza expresada por el abad benedictino de San Pablo Extramuros, Dom Donato Ogliari, que pronunció la meditación de apertura de la Sexta Congregación General esta mañana, 29 de abril, en el Aula Nueva del Sínodo. A ella asistieron los cardenales llegados a Roma en vísperas del cónclave, que comenzará el 7 de mayo y deberá elegir al sucesor del Papa Francisco. El Espíritu, deseó el abad, será “el protagonista principal” de los diálogos, de las “dinámicas, a veces dialécticas» que caracterizan «todo encuentro humano”, para que encienda las mentes e ilumine los ojos» por “el bien de la Iglesia y del mundo entero”.

Abriendo su meditación, Dom Ogliari subrayó cómo, «en un momento tan cargado de consecuencias para la Iglesia», como el de la elección del Pontífice, es necesario recomponer alma, mente y corazón en torno a la persona de Jesús: es Él, en efecto, a quien la Iglesia «está llamada a anunciar y testimoniar al mundo». Y si «en el centro de la misión» no está Cristo, entonces la Iglesia sería sólo «una institución fría y estéril». De ahí la exhortación del benedictino a «reposicionarse» cada día sobre esta certeza, porque sólo así será posible evitar «ser fagocitados por los halagos del mundo y por las fáciles vías de escape que nos propone». Que Cristo, añadió Dom Ogliari, sea el aliento, la brújula y la estrella polar del Colegio Cardenalicio. Al mismo tiempo, el abad de San Pablo Extramuros, recordó la importancia de aprender de Jesús la mansedumbre y la humildad, el amor misericordioso y compasivo: una Iglesia así enraizada, de hecho, es «abierta, valiente, profética», «aborrece las palabras y los gestos violentos», se convierte en la voz de los sin voz. Una Iglesia enraizada en Cristo, prosiguió, es «maestra de fraternidad», marcada por el respeto, el diálogo, la «cultura del encuentro y la construcción de puentes y no de muros, como siempre nos ha invitado a hacer el Papa Francisco».

Madre y no madrastra, lejos de la autorreferencialidad, dispuesta a salir al encuentro de aquellos “hermanos y hermanas en la humanidad” que no forman parte de ella, la Iglesia arraigada en Cristo es sobre todo la que pone en el centro a los descartados, a los pobres, a los desheredados, a los últimos. Al respecto, Dom Ogliari se centró en la “categoría teológica” introducida por el difunto Papa Bergoglio, según la cual la pobreza, más que un problema sociológico y ético, es “una cuestión que concierne a la doctrina”. Por eso, el benedictino dijo estar seguro de que la Iglesia «no dejará de tener los ojos y el corazón bien abiertos sobre los últimos de la tierra», soñando «incluso con lo que parece imposible».

Luego, instando a los presentes a “someterse al escrutinio del Espíritu” para purificar sus corazones de todo lo que “no coincide con el pensamiento de Cristo”, Dom Ogliari recordó la importancia de la unidad y la comunión de la Iglesia, entendida como “unidad plural y comunión diversificada”, en la que la alteridad es vista como “posibilidad de confrontación respetuosa y dialógica, de búsqueda de caminos creativos” para recorrer juntos. De aquí nació la reflexión sobre el “camino sinodal” que – dijo Dom Ogliari – junto a “algunas perplejidades o estancamientos”, ha producido sin embargo “participación y renovación en todos los rincones del mundo”. En esta perspectiva, el abad benedictino instó a una “unión fructífera” entre la Iglesia como institución jerárquica y la Iglesia como fieles laicos, ambas esenciales para la construcción de una Iglesia como comunión. Desde esta perspectiva, el camino o proceso sinodal puede hacer más eficaz la misión de la Iglesia en la sociedad, iniciando círculos virtuosos entre comunión, participación y misión.

Dom Ogliari dedicó luego gran parte de su meditación a los desafíos de la Iglesia en el mundo, citando el cambio antropológico, las guerras fratricidas, las autocracias y los nacionalismos, los liberalismos postcapitalistas basados ​​en el puro beneficio, la devastación de la Creación, los riesgos vinculados a las nuevas tecnociencias, las migraciones y «la incapacidad de la política para encontrar soluciones que respeten el principio sagrado de la acogida, la solidaridad y la inclusión»; la secularización “generalizada e invasiva” de las sociedades occidentales en particular. Se trata de una encrucijada, subrayó el abad, ante la cual la Iglesia está llamada a recorrer “sin miedo” el camino del diálogo, “intensificado por el Papa Francisco en todos los frentes”, como “elemento constitutivo de la misión eclesial”.