Pueblos explotados y azotados por las guerras y la opulencia

lunes, 29 de septiembre de 2025

Fuente: Vatican Media

29/09/2025 – En su homilía de la misa por el Jubileo de los catequistas, el Papa León XIV recordó la necesidad de anunciar que, incluso en medio de las tragedias de quienes mueren «por la codicia» según el Evangelio «la vida de todos puede cambiar». No basta con conocerlo o compartirlo: hay que amarlo. Solo así el testimonio se convierte en semilla de esperanza, capaz de germinar en los corazones y dar fruto.

Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano

La opulencia, una plaga que anula al individuo «porque se pierde a sí mismo, olvidándose del prójimo». Ese prójimo que muere «ante la codicia», hoy extendida a «pueblos enteros» doblegados por las guerras y la explotación. Pero el anuncio del Evangelio trae un mensaje necesario: vida nueva. Una existencia que debe ser ante todo «amada», luego conocida y anunciada.

Esta es la tarea de los catequistas: no sólo instruir, sino sembrar, «hacer resonar la esperanza en los corazones, para que dé frutos de buena vida». Las luces y las sombras del mundo son el tema central de la homilía del Papa León XIV esta mañana, 28 de septiembre, durante la misa presidida en la Plaza de San Pedro con motivo del Jubileo de los catequistas, en la que ha nombrado a 39 procedentes de quince países.

Los bienes no hacen buenos

El Pontífice se inspiró en el pasaje evangélico de Lázaro y el rico «sin nombre», que muestra «cómo Dios mira el mundo, en todo tiempo y en todo lugar». Por un lado, «los que mueren de hambre»; por otro, «los que se atiborran delante de él»; por un lado, «las vestiduras elegantes»; por otro, «las llagas lamidas por los perros».

“Pero no sólo eso: el Señor mira el corazón de los hombres y, a través de sus ojos, reconocemos a un indigente y a un indiferente. Lázaro es olvidado por quienes están frente a él, justo al otro lado de la puerta de su casa, pero Dios está cerca de él y recuerda su nombre. El hombre que vive en la abundancia, en cambio, no tiene nombre, porque se pierde a sí mismo, olvidándose del prójimo. Está disperso en los pensamientos de su corazón, lleno de cosas y vacío de amor. Sus bienes no lo hacen bueno”

Cuántas muertes ante la codicia

El de Jesús es un relato tristemente actual.

“Ante las puertas de la opulencia se encuentra hoy la miseria de pueblos enteros, azotados por la guerra y la explotación”

Los siglos pasan y nada cambia.

“Cuántos Lázaros mueren ante la codicia que olvida la justicia, ante el lucro que pisotea la caridad, ante la riqueza ciega ante el dolor de los miserables”

Donarse a sí mismos, por el bien de todos

Sin embargo, el Evangelio ofrece un final feliz: los sufrimientos de Lázaro y «los excesos del rico» terminan ante la justicia de Dios. Del pasaje a la liturgia: la celebración es una ocasión para reflexionar sobre el ministerio de los catequistas. El Pontífice recordó las palabras del Papa Francisco pronunciadas durante el Jubileo de los educadores en el Año Santo de la Misericordia: «Dios redime al mundo de todo mal, dando su vida por nuestra salvación». Aquí comienza la misión de cada uno, «llamado a donarse a sí mismo por el bien de todos».

“Este centro alrededor del cual todo gira, este corazón palpitante que da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, por ti ha dado su vida; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera cada día”

Despertar las conciencias

Estas palabras hacen resonar el diálogo entre el rico y Abraham: 

Si alguno de los muertos va a ellos, se convertirán.

Pero la respuesta es clara:

Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán, aunque alguien resucite de entre los muertos.

No es desánimo, sino una invitación a despertar las conciencias.

El Evangelio nos anuncia que la vida de todos puede cambiar, porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Este acontecimiento es la verdad que nos salva: por eso hay que conocerlo y anunciarlo, pero no basta con eso. Hay que amarlo: es este amor el que nos lleva a comprender el Evangelio, porque nos transforma abriendo nuestro corazón a la palabra de Dios y al rostro del prójimo.

El catequista, «persona de palabra»

El Papa recordó el origen etimológico del término catequista, de katēchein, «instruir con la voz, hacer resonar».

“Esto significa que el catequista es una persona de palabra, una palabra que pronuncia con su propia vida”

El primer catecismo, «alrededor de la mesa»

El primer anuncio tiene lugar en la familia, «alrededor de la mesa», donde un gesto cotidiano se convierte en Evangelio. La fe es un relevo que nos llega de quienes «creyeron antes que nosotros» y crece en toda la Iglesia a través de la contemplación, el estudio, la experiencia espiritual y la predicación de los pastores.

Enseñar
En este camino, el Catecismo se convierte en «instrumento de viaje»: protege de los individualismos y las discordias, y hace que cada fiel colabore en la misión de la Iglesia. Los catequistas, por su parte, «enseñan», es decir, dejan una huella interior.

“Cuando educamos en la fe, no impartimos una enseñanza, sino que ponemos en el corazón la palabra de vida, para que dé frutos de buena vida”

Las riquezas mundanas quitan la esperanza

San Agustín, recordó León XIV, exhortaba al diácono Deogratias a exponer todo «de manera que quien escucha, al escuchar crea; al creer, espere; y al esperar, ame». Nadie, por lo tanto, puede dar lo que no tiene:

“Si el rico del Evangelio hubiera tenido caridad por Lázaro, habría hecho el bien, no sólo al pobre, sino también a sí mismo. Si ese hombre sin nombre hubiera tenido fe, Dios lo habría salvado de todo tormento: fue el apego a las riquezas mundanas lo que le quitó la esperanza del bien verdadero y eterno”

Ante la tentación de la codicia y la indiferencia, los «Lázaros» de hoy se convierten en catequesis viva, signo que llama a la conversión y a la paz, sobre todo en este Jubileo.

Los ritos de la celebración

Antes de la homilía, cada candidato al ministerio de catequista fue llamado por su nombre y respondió: «Aquí estoy». De los treinta y nueve candidatos, cinco procedían de México (el país más representado), cuatro de Mozambique y tres de Italia. Después de la predicación, el Papa se dirigió a cada educador, recordándoles que la tarea de cada uno será acercar a la Iglesia también a quienes viven lejos de ella: una invitación a estar dispuestos «a dar razón de la esperanza que hay en ustedes».

Finalmente, los candidatos se arrodillaron ante el Pontífice, quien los bendijo rezando para que «vivan plenamente su Bautismo, colaborando con los pastores en las diversas formas de apostolado». Luego, cada uno se acercó a él y recibió la cruz, «signo de nuestra fe, cátedra de la verdad y de la caridad de Cristo: anuncien al Señor con su vida, con sus acciones y con su palabra».

Fuente: Vatican Media