Fuente: Vatican Media
En la catequesis de la audiencia general en la Plaza de San Pedro, el Papa se detiene en la Pascua de Cristo para subrayar cómo Dios «no ha renunciado a nosotros» incluso ante nuestras limitaciones, y nos llama a ser testigos de una paz “más fuerte que toda derrota”: acérquense “a quien están encerrado en el miedo y el sentimiento de culpa”.
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“El centro de la misión de la Iglesia no consiste en administrar un poder sobre los demás, sino en comunicar la alegría de quien ha sido amado justamente cuando no se lo merecía”. Fueron palabras del Papa León XIV en la catequesis de la audiencia general del primer miércoles de octubre.
En una plaza de San Pedro repleta de fieles procedentes de todo el mundo, el Obispo de Roma subraya que ésta “es la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana: hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás”.
El Pontífice centra su meditación en el tema jubilar “Jesucristo, nuestra esperanza”. En particular, se detiene en la Pascua de Jesús, tal y como se describe en el Evangelio de Juan, y en la visita del Resucitado a los discípulos, “sus amigos”, encerrados en el cenáculo y “paralizados por el miedo”. Cristo, en cambio, les lleva “un don que ninguno hubiera osado esperar: la paz”.
Dios no renuncia a nosotros
En la catequesis el Papa subraya como Cristo aparece a los discípulos y les muestra las manos y el costado con los signos de la pasión, “un gesto tan bello que resulta casi inapropiado” y pregunta: “¿Por qué exhibir sus heridas precisamente ante quienes, en aquellas horas dramáticas, lo renegaron y lo abandonaron? ¿Por qué no esconder aquellos signos de dolor y evitar que se reabra la herida de la vergüenza?” Y aclara que con este gesto Jesús muestra “que está ya plenamente reconciliado con todo lo que ha sufrido. No guarda ningún rencor”. Jesús no siente “la necesidad de reiterar o afirmar su propia superioridad. Él se aparece a sus amigos -los discípulos-, y lo hace con extrema discreción, sin forzar los tiempos de su capacidad de acoger. Su único deseo es volver a estar en comunión con ellos, ayudándolos a superar el sentimiento de culpa”.
Las heridas no sirven para reprender, sino para confirmar un amor más fuerte que cualquier infidelidad. Son la prueba de que, precisamente en el momento en que hemos fallado, Dios no se ha echado atrás. No ha renunciado a nosotros.
Nuestras debilidades humanas
El Santo Padre afirma a continuación que también nosotros, como los discípulos, “a menudo ocultamos nuestras heridas por orgullo o por el temor de parecer débiles. Decimos “no importa”, “ya ha pasado todo”, pero no estamos realmente en paz con las traiciones que nos han herido. Y a veces preferimos esconder nuestro esfuerzo por perdonar para no parecer vulnerables y no correr el riesgo de sufrir de nuevo, al contrario de Jesús.
Él ofrece sus llagas como garantía de perdón. Y muestra que la resurrección no es la cancelación del pasado, sino su transfiguración en una esperanza de misericordia.
La resurrección, centro de nuestra fe y esperanza
De hecho, el Pontífice reitera que el “centro de nuestra fe y el corazón de nuestra esperanza se encuentran profundamente enraizados en la resurrección de Cristo”, que no fue “un triunfo estruendoso” ni “una venganza o revancha contra sus enemigos”. Sino más bien un “testimonio maravilloso de cómo el amor es capaz de levantarse después de una gran derrota para proseguir su imparable camino”.
Así, el Señor se muestra nudo y desarmado. No exige, no chantajea. Su amor no humilla; es la paz de quien ha sufrido por amor y ahora finalmente puede afirmar que ha valido la pena.
Donar el amor a los demás
Una vez que Cristo ha mostrado a los discípulos su amor y su perdón, les confía también una tarea importante, la de llevar este mensaje a los demás, afirma el Papa. En el Evangelio, Jesús dice «la paz sea con ustedes» y añade “como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes”, encargando a los apóstoles “una tarea que no es tanto un poder como una responsabilidad”, es decir, “ser instrumentos de reconciliación en el mundo”, explica León XIV. Para él, es como si Cristo dijera: “¿Quién podrá anunciar el rostro misericordioso del Padre, si no ustedes, que han experimentado el fracaso y el perdón?”. Y, de hecho, Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, el mismo que lo “sostuvo en la obediencia” a Dios al morir en la cruz, y “desde ese momento, los apóstoles ya no podrán callar lo que han visto y oído: que Dios perdona, levanta, restaura la confianza”. El Pontífice insiste en que Cristo confía esta misma misión a la Iglesia y a todos sus fieles:
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros somos enviados. El Señor también nos muestra sus heridas y dice: Paz a vosotros. No tengan miedo de mostrar sus heridas sanadas por la misericordia. No teman aproximarse a quien está encerrado en el miedo o en el sentimiento de culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también a nosotros testigos de esta paz y de este amor más fuerte que toda derrota.
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