«Acá hay una buena movida de agua»CONVERSACIÓN DE FRANCISCO CON LOS JESUITAS EN PORTUGAL

lunes, 28 de agosto de 2023

28/08/2023 – (Fuente: La Civiltà Cattolica)

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El 5 de agosto de 2023, durante su viaje apostólico a Portugal para la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco se reunió a las 17 horas con los jesuitas en el «Colégio de São João de Brito», de la Compañía de Jesús. Tras la bienvenida inicial, el Provincial, P. Miguel Almeida, saludó al Papa: «Santo Padre, querido Papa Francisco, ante todo, le agradecemos de corazón, haber encontrado tiempo, en una agenda así apretada e intensa, para estar con nosotros. Le agradecemos de corazón haber encontrado este tiempo con sus hermanos, nos sentimos realmente todos hermanos». A continuación, hizo una breve presentación de la Provincia. «Históricamente, somos una Provincia antigua, hemos sido expulsados de Portugal tres veces y hemos regresado tres veces. Dicen que la mala hierba es difícil de erradicar, bueno, aquí seguimos… Tal vez debido a estas expulsiones, por las que siempre hemos sido una Provincia sin mucho dinero, y porque históricamente hemos tenido un carácter misionero fuerte, hay dos cosas que forman parte, me parece, de la identidad de la Provincia: primero, la creatividad, acaso porque nos hemos tenido que adaptar tantas veces. Y en segundo lugar, nuestras obras son informales, pequeñas, pero siempre con proximidad a las personas. Creo que esta proximidad es una característica de nuestra pastoral, y eso es una gran gracia para nosotros. Somos poco más de 130 compañeros. Hay 18 que todavía no han sido ordenados, y hay otros tantos a la espera de los últimos votos. Son casi 40 en formación. En el contexto europeo, podemos darle las gracias a Dios, le estamos realmente agradecidos». Luego presentó las obras de la Provincia portuguesa: en educación, pastoral universitaria, parroquias, trabajo social y en el mundo de la cultura. A continuación, se refirió a las comunidades ignacianas y a los numerosos amigos, colaboradores y bienhechores que tiene la Provincia, y al modo en que cada uno de ellos aporta a la misión. «Son una gran gracia para la Provincia», concluyó.

Finalmente, habló de los jesuitas y de la comunidad: hay un buen ambiente, pero «también es verdad que algunas relaciones entre nosotros han sido más duras. Hemos tenido algunas crisis que han causado heridas profundas en algunos de nosotros. Por eso le pido que rece por nosotros, porque estamos en un proceso de perdón y reconciliación, y no es fácil, todos somos humanos». El Papa responde:

Gracias por todo. Pero sobre todo por lo último que dijiste: «sí, acá también hay problemas», y eso da un tinte de realidad; si no, lo otro es como un museo, en el que todo está bien puesto en una vitrina. Te agradezco eso, el realismo. Gracias por estar aquí, estoy dispuesto a dialogar con ustedes. Pregúntenme ustedes. Pregunten lo que quieran, eso no es imprudencia. ¡Imprudente sería yo si contesto lo que quiero! No, de verdad, hagamos un diálogo fraterno y abierto.

Así, se fueron realizando preguntas espontáneas.

Santo Padre. Hola, mi nombre es Vasco, estoy estudiando filosofía, soy el más joven de la Provincia, y por eso me han puesto en primer lugar: los últimos serán los primeros… Quería hacerle una pregunta. Teniendo en cuenta los desafíos de nuestra generación, teniendo en cuenta nuestra sociedad sexualizada, consumista…, de su experiencia como jesuita, ¿usted cree que nuestra formación está estructurada para afrontar estos retos? ¿Y cómo podemos cuidar más y mejor nuestra formación como jesuitas a nivel afectivo, sexual, corporal?

Dos preguntas son claves ahí, ¿no? Una afirmación y una pregunta. Vivimos en una sociedad «mundanizada», que a mí me preocupa mucho. Me preocupa cuando la mundanidad se mete en la vida consagrada. Precisamente hoy se hizo pública una carta que escribí para los sacerdotes romanos sobre el clericalismo, que es una forma de mundanidad[1]. Fíjense que la mundanidad espiritual es una trampita que se nos mete a cada rato. Hay que saber distinguir: una cosa es prepararse para dialogar con el mundo – como hacen ustedes con el diálogo con el mundo del arte y de la cultura –, pero otra cosa es meterse en las cosas del mundo, con la mundanidad.

A mí me impresionó mucho leer la conclusión de un libro del padre de Lubac: dedica las cuatro páginas finales de Meditación sobre la Iglesia – son solo cuatro páginas, léanlas – a la mundanidad espiritual. Ustedes, que hacen discernimiento, ¿alguna vez se preguntaron sobre la propia mundanidad espiritual? ¿Yo soy mundano espiritualmente? Es una pregunta que les dejo. ¿Y saben lo que dice de Lubac? Dice que es el peor mal que puede acarrearse a la Iglesia, peor aún que el tiempo de los papas libertinos.

Sin embargo, hay que dialogar con el mundo. Porque ustedes no pueden vivir en vinagre, ser religiosos hacia adentro, que sonríen hacia adentro, hablan hacia adentro, arman su ambiente hacia adentro y no convocan a nadie. Entonces, hay que salir a este mundo con los valores y antivalores que tiene. Y tú marcaste un poquito el problema de la vida fácil, de la vida burguesa, usaste una palabra: «sociedad sexualizada», y es verdad…

El año pasado di una charla – mejor dicho, dije dos o tres palabras y después hicieron preguntas – a todos los curas que trabajan en la Curia. La mayoría son chicos jóvenes. Y, en un momento, les dije: «aquí hay algo que ustedes no mencionan, que es el recurso al celular y a la pornografía del celular. ¿Cuántos de ustedes hacen uso de la pornografía del celular?». Después que conté eso, me contaron que uno dijo: «se ve que este tiene horas de confesionario».

Cuando yo era novicio, nos hablaban de la castidad, de la santa castidad. Nos decían que no miráramos fotos un poco atrevidas… O sea, era otra época. Una época donde los problemas no estaban tan agudizados y en la que también se escondían los problemas. Hoy, gracias a Dios, los problemas tienen la puerta abierta para no ser escondidos. Si uno esconde sus problemas es un problema suyo, pero no es de la sociedad, no es de tu comunidad religiosa. Es una de las cosas lindas que tiene la Compañía: no arrincona los problemas, se habla de ellos, con el Superior y también entre ustedes.

Hoy el problema serio son los refugios escondidos de búsquedas de sí mismo, que muchas veces van por la sexualidad y muchas veces van por otro lado. ¿Qué hacer? A mí me ayuda el examen de conciencia, como pedía San Ignacio. Pensar que rara vez te eximía de esto San Ignacio. Te eximía de la oración si estabas enfermo, si no podías, pero no te eximía del examen, porque eso sirve para ver lo que está pasando aquí adentro. Y hay personas consagradas cuyo corazón es como una pieza abierta, con las ventanas abiertas, las puertas abiertas. O sea, no tienen consistencia en sí mismos.

Yo respondería a lo tuyo con una pregunta: «¿Qué espíritu me mueve a mí? ¿Cuál es el espíritu que me mueve ordinariamente, y cuál me mueve en tal día o tal otro?»

Yo no le tengo miedo a la sociedad sexualizada, no; le tengo miedo a cómo yo me relaciono con ella, eso sí. A los criterios mundanos. Me gusta más el término «mundanos» que «sexualizados», porque mundanos abarca todo. Por ejemplo, el criterio de promoción. Estar promoviéndose, o como decimos en Argentina, «trepando». Y pensar que la persona que trepa termina mal consigo misma.

Mi abuela, que era una vieja sabia, un día nos dijo: «En la vida hay que progresar», comprar un terreno, ladrillos, la casa… Claro, era la experiencia del migrante, como la de mi papá. «Pero no confundan progresar con trepar», agregaba, «porque el que trepa, sube, sube, sube, y en vez de tener una casa, en vez de armar una industria y trabajar, cuando está arriba, lo único que deja ver son las nalgas». Esa es la sabiduría.

Buenas tardes Su Santidad, muchas gracias una vez más. Me llamo Lourenço y trabajo con niños y jóvenes de un barrio pobre cerca de Lisboa. Usted nos ha hablado muchas veces de la importancia de la cercanía y la amistad con los pobres y los migrantes. Me gustaría preguntarle, nosotros, jesuitas, ¿qué podemos hacer, personalmente y en nuestras comunidades, para que nuestro estilo de vida y testimonio sean cada vez más un signo profético, para que tengan un impacto mayor en la vida de los más pobres? Gracias.

El trabajo con los más pobres, si bien está implícita en la fórmula ignaciana, en la Compañía ha tenido varios caminos, varias búsquedas, alguna desviación también, pero es una búsqueda sobre todo del siglo pasado, muy fuerte.

Me acuerdo que en Argentina había un padre que fue a vivir a una Villa – yo era estudiante – y lo miraban un poco de reojo, algo así como el padre Llanos en Madrid[2]. O sea, un loco que se va a vivir a una Villa. Hoy en día no se habla así, al contrario, vemos que la misma espiritualidad nos lleva a eso, a un compromiso con aquellos que están en el margen, no solo al margen de la religión sino también al margen de la vida.

Después, en tiempos del padre Janssens, nacieron los centros de investigación y acción social, que, en su momento, abrieron un lindo camino de reflexión, y lo último que llegó fue la «inserción», la decisión de vivir con las personas más pobres. Por eso mencioné a este cura que es uno de los que se animó a la inserción. Hoy en día, la inserción con los pobres nos ayuda a nosotros mismos, nos evangeliza. San Ignacio nos pide hacer un voto, el de no cambiar la pobreza en la Compañía, a menos que se haga más estrecha todavía. Hay una intuición ahí, un espíritu de pobreza que creo que tenemos que tener todos.

Entonces, ¿que está en la espiritualidad ignaciana?, sí, está la opción por los pobres y acompañar a los pobres; ¿que no es el único modo de la justicia social?, también es verdad, no es el único modo. Hay mil modos de acercarnos a los problemas sociales. La inserción, probablemente, tiene una dosis de autenticidad muy linda porque es el compartir. Y nos permite conocer y seguir la sabiduría popular.

Les cuento una anécdota. A mí me gustaba ir a las Villas Miseria cuando era Arzobispo. Un día que fui, Juan Pablo II estaba muy grave. Entonces tomé el colectivo para ir allá, a una de las villas, y cuando llegué me dijeron que había muerto. Celebré la misa con la gente y después tuvimos un diálogo con ellos. Una viejita me preguntó: «dígame, ¿cómo se elige a un Papa?». Yo explicaba… «¿Y a usted lo pueden hacer Papa?», y yo le dije: «a todos nos pueden hacer Papa». «Le doy un consejo», me respondió, «si lo hacen Papa, cómprese un perrito». «¿Para qué?», le dije yo. «Dele de comer al perrito primero», me respondió. La vieja es pobre, de una villa miseria, pero conocía las internas de la Iglesia…

Es interesante. Los pobres tienen una sabiduría especial, la sabiduría del trabajo, y también la sabiduría que da el asumir el trabajo y su condición con dignidad. Cuando el pobre se «malea» porque no aguanta sus situaciones – y es comprensible –, entonces ahí puede entrar el rencor y el odio. Ese es nuestro trabajo también: al acompañarlo, hay que evitar que el pobre se vuelque también a eso, con la perspectiva de ayudarlo a caminar, a progresar, y a reconocer su dignidad. En los barrios pobres hay problemas serios, que no son más serios que los que hay a veces en zonas residenciales, además que estos se esconden.

Hay problemas serios, pero también hay mucha sabiduría en las personas que viven de su trabajo, que han tenido que migrar, que sufren, lo que se ve en cómo llevan la enfermedad, cómo enfrentan la muerte. La pastoral popular es una riqueza, así que, quienes de ustedes están llamados a esto, háganlo de corazón porque eso es un bien para toda la Compañía.

Papa Francisco, querría hacerle una pregunta como hermano. Soy Francisco, el año pasado tuve un año sabático en EEUU. Una cosa que me impresionó mucho ahí, y que a veces me hizo sufrir un poco, fue ver a tantos críticos del liderazgo de la Iglesia actual, incluso obispos. Ellos acusan a los jesuitas, que normalmente son como una reserva crítica del Papa, y ahora ya no lo son. Usted, ¿siente la falta de la crítica jesuita respecto al Papa, al Magisterio, al Vaticano?

He comprobado que en los Estados Unidos la cosa no es fácil: hay una actitud reaccionaria muy fuerte, organizada, que estructura una pertenencia incluso afectiva. A estas personas quiero recordar que el «indietrismo» es inútil, y que es necesario comprender que existe una justa evolución en la comprensión de las cuestiones de fe y de moral, siempre que se sigan los tres criterios que ya indicaba Vicente de Lerins en el siglo V: que la doctrina evolucione ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. En otras palabras, la doctrina también progresa, se consolida con el tiempo, se expande y se hace más firme, pero siempre progresando. El cambio se desarrolla desde la raíz hacia arriba, creciendo con estos tres criterios.

Y vamos a lo concreto. Hoy es pecado tener bombas atómicas; la pena de muerte es pecado, no se puede practicar, y antes no era así; en cuanto a la esclavitud, algunos Pontífices anteriores a mí la toleraron, pero las cosas hoy son distintas. Así que se cambia, se cambia, pero con estos criterios. A mí me gusta usar la imagen «hacia arriba», es decir: ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Siempre en ese camino, que va desde la raíz con esa savia que va subiendo, y por eso el cambio es necesario.

Pero algunos se salen, van hacia atrás, son lo que yo llamo «indietristas»[3]. Es decir, cuando uno se va hacia atrás, forma algo cerrado, sin conexión con las raíces de la Iglesia, pierde la savia de la revelación. Si no cambias hacia arriba, te vas hacia atrás, y entonces tomas criterios de cambios de otro lado que no son los criterios que la misma fe te da para crecer y cambiar. Y los efectos en la moral son impresionantes. Los problemas que los moralistas tienen que ver hoy día son muy graves, y tienen que arriesgarse a cambiar y hacer las cosas, pero en este sentido.

Tú has estado en Estados Unidos y dices que has experimentado un clima de cerrazón. Sí, creo que se puede experimentar este clima en algunas situaciones. Pero entonces se pierde la verdadera tradición y se acude a las ideologías en busca de un apoyo y sostén de cualquier tipo. En otras palabras, la ideología suplanta a la fe, la pertenencia a un sector de la Iglesia sustituye a la pertenencia a la Iglesia.

Yo quiero rendir homenaje al coraje de Arrupe. Arrupe se encontró con una Compañía que se había estancado, por decirlo de alguna manera. Fíjense que cuando el general Ledóchowski hace el Epítome… ¿saben lo que es el Epítome[4] los jóvenes? ¡Ni idea! Así duró el Epítome… El Epítome era una selección de Constituciones y Reglas, todo mezclado. Pero Ledóchowski, que era muy ordenado, con la mentalidad de la época, dijo: «voy a hacer esto para que los jesuitas tengan todo clarito lo que tienen que hacer». Y el primer ejemplar se lo mandó a un abad benedictino de Roma, del que era muy amigo, y este le contesta con un billetito: «con esto usted mató la Compañía».

En otras palabras, se formó la Compañía del Epítome, esa Compañía que yo viví en el noviciado, con grandes maestros, que ayudaban mucho, por supuesto, pero con ciertas cosas que fosilizaron la Compañía. Esa es la espiritualidad que recibe Arrupe, que tuvo el coraje de ponerla en movimiento. Algunas cosas se le fueron de las manos, era inevitable, como por ejemplo el asunto del análisis marxista de la realidad. Después tuvo que salir a precisar algunas cosas, pero fue un hombre que miró hacia delante. ¿Y con qué herramienta Arrupe enfrenta la realidad? Con los Ejercicios espirituales. En 1969 fundó el Centro Ignaciano de Espiritualidad. El secretario del centro, el p. Luis González Hernández, dio vueltas por todo el mundo dando Ejercicios y abriendo este nuevo panorama.

Ustedes, los más jóvenes, no han vivido esto, pero lo que dices de algunos sectores en los Estados Unidos me recuerda lo que vivimos con el Epítome, que generó una mentalidad rígida y cuadrada. Estos grupos estadounidenses de los que hablas, se van a aislar solos. Y en vez de vivir de doctrina, de la verdadera doctrina que siempre crece y da fruto, viven de ideologías. Entonces, cuando uno en la vida deja la doctrina para suplirla por una ideología, pierdes como en la guerra.

Santo Padre, usted es para mí el Papa de mis sueños Post Concilio Vaticano II. ¿Cuáles son sus sueños para la Iglesia del futuro?

El Vaticano II lo ponen en cuestión tantos, sin mencionarlo. Ponen en cuestión las enseñanzas del Vaticano II. Y mirando al futuro, pienso que debemos seguir el Espíritu, ver qué nos dice, con coraje. La semana pasada leí el documento que sintetiza el estado de la Compañía de Jesús, el De statu Societatis. Habla del ahora, pero siempre con apertura. Señala una posibilidad de ir adelante, una necesidad de ir por ese camino. Mi sueño para el futuro es estar abierto a lo que el Espíritu nos está diciendo, abiertos al discernimiento y no al funcionalismo.

Recuerdo mucho el «testamento» de Arrupe, cuando en Tailandia habló a los jesuitas que trabajaban en centros de refugiados. ¿De qué les habló? De la oración. A estos tipos que estaban metidísimos con los trabajos con refugiados, les habló de la oración. En el viaje de vuelta tuvo un derrame cerebral, así que ese fue su testamento.

El jesuita, con la oración, va adelante, no le tiene miedo a nada, porque sabe que el Señor le va a inspirar en su momento lo que tiene que hacer. Porque cuando un jesuita no reza, se convierte en un jesuita seco. En Portugal se diría: «sos un bacalao».

Santidad, muchas gracias por venir aquí. Soy Frederico, y últimamente el Provincial me ha nombrado maestro de novicios. Usted ha hablado de los Ejercicios. San Ignacio los describe en el inicio como algo para ordenar su vida, para no dejarse determinar por una afección desordenada. ¿Qué afecciones desordenadas cree que son más frecuentes en la Iglesia, y sobre todo en la Compañía?

Hoy se publicó la carta sobre la mundanidad y el clericalismo. Yo subrayaría esas dos en nuestra clerecía. El clericalismo que entra en los sacerdotes, pero peor aun cuando se mete en los laicos. Los laicos clericalizados son terribles. Te respondo con esos dos espíritus, la mundanidad y el clericalismo, que pueden afectar a la Compañía muy fuerte.

¿Qué espíritu me movió? Yo tuve un gran maestro espiritual, el padre Fiorito, autor de muchos libros[5]. Él me hizo conocer las obras de un director espiritual del siglo XVIII, del escolasticado de Chantilly, un jesuita, el padre Claude Judde, que tiene un lindo trozo de discernimiento sobre las «palabras motoras», es decir, las palabras que yo me digo para tomar una decisión, o que me orientan en tal o cual camino[6].

Vuelvo sobre el tema. La preocupación de los grandes jesuitas sobre qué espíritu les llega, puede ser de gran ayuda. El espíritu bueno puede dar por sentado que tienes buen espíritu. Sí, hoy lo puedes tener, y tienes que agradecer al Señor, pero mañana puede aparecer el otro. No olviden la parábola del Evangelio. Cuando el mal espíritu sale de un hombre, este se va a vagar por el desierto y se aburre. Y este hombre empieza su conversión, lo cambia todo. Pasado un tiempo, el espíritu se dice: «voy a ver la casa que tenía antes, a ver cómo está». Mira por la ventana y no lo puede creer: toda ordenada, toda limpia. Entonces va a buscar a siete peores que él, y con los diablitos, con estos siete demonios, entra en la casa. Pero entra educadamente, sin que uno se dé cuenta.

Entonces, un examen de conciencia serio debe estar alerta a los demonios que tocan el timbre, que dicen «permiso», que parece que no son nada y después toman posesión de la casa. Jesús termina diciendo que el fin de este hombre es peor que el principio. En otras palabras, tengan cuidado con resbalar lentamente. Hay un tango argentino muy lindo, que se llama «Barranca abajo». Cuando una persona empieza a andar barranca abajo, perdió. Va resbalando, y desde abajo te va tirando, tirando. De ahí la importancia del examen de conciencia, para que los demonios educados no se nos metan sin hacer ruido.

Tanta gente – ustedes la habrán visto en los Ejercicios, buena gente, celosos – que después de un tiempo terminan en desolación, terminan viviendo de manera mundana, de una manera no cristiana. ¿Cómo llegaron a eso? Por esta falta de introspección, de examen de conciencia, que es la alerta para ver si hay siete demonios, peores que el primero.

Por eso esto les recomiendo: métanse en el examen en serio, no lo dejen, y sean honestos, porque no se trata solo del pecado – eso déjenlo para la confesión –, porque el examen es una cosa de todos los días: ¿qué pasó por mi corazón hoy?, No hay que perder eso.

Querido Santo Padre. Soy el hermano José, el hermano más joven de la Provincia de Portugal, con 56 años de edad y 32 de Compañía[7]. La Compañía de Jesús vive una gran crisis de vocaciones de hermanos, en todo el mundo, en Europa particularmente, y en Portugal por supuesto también. En este momento, según las estadísticas de la Curia General, actualmente los hermanos representan solamente y apenas el 5% de todos los jesuitas de la Compañía. Me gustaría preguntarle: ¿qué piensa usted que puede hacer la Compañía de Jesús vocacionalmente para revertir esta crisis y quizá vivir con paz, para que podamos tener más jóvenes que quieran ser jesuitas hermanos?

El Padre General me invitó el año pasado a hablar a una reunión de hermanos de todo el mundo. Y estaban muy entusiasmados, no solo en vivir como hermanos sino en dar a conocer esta vocación. Sí, hubo un tiempo en que la Compañía tenía muchos hermanos, muchos.

Siendo Provincial, los mejores informes para la ordenación de un escolar me los daban los hermanos o las mujeres que trabajaban en la casa de formación. Recuerdo a un hermano: era un verdadero hombre de Dios, no hablaba casi nunca, trabajaba en sus cosas, siempre muy sonriente, rezaba mucho. Un día le pedí su parecer acerca de un caso. Vino a verme y me dijo: «mire, no ordene a este escolar. No lo eche, pero no lo ordene, y mire qué pasa». A los seis meses se fue de la Compañía, porque no toleró el no ser ordenado en ese preciso momento. Detrás de eso había una vida afectiva muy desordenada.

Los hermanos tienen buen ojo, son la memoria de la Compañía de alguna manera. La memoria de todos los días. Ahí, en La Civiltà Cattolica, murió el hermano Carlo Rizzo. ¿Cuántos años tenía? ¡97! Y ese santo varón sabía todo lo que pasaba con los intelectuales con los que vivía. Con mucho silencio servía.

Yo diría que, para la vocación de hermanos, no hay que buscar candidatos – eso lo hará el Señor –, pero tenemos que encontrarlos y abrir las puertas para encontrar en tantos jóvenes esta posibilidad.

Santo Padre, soy João, lo abracé en Roma hace algunos años, no le dije mi nombre porque estaba demasiado nervioso. Trabajo en el centro universitario de Coimbra. Le voy a hacer una pregunta difícil. En su discurso, en la ceremonia de acogida el jueves pasado, aquí en Lisboa, dijo que todos estamos llamados tal como somos, y que en la Iglesia hay espacio para todos. Yo trabajo pastoralmente con jóvenes universitarios todos los días, y entre ellos hay muchos que son muy buenos, muy comprometidos con la Iglesia, con el centro, y que son muy amigos de los jesuitas, pero que se identifican como homosexuales. Se sienten parte activa de la Iglesia, pero muchas veces no ven en la doctrina cómo vivir su afectividad, y no ven la llamada a la castidad como una llamada personal al celibato sino más bien como una imposición. Sabiendo que en otros ámbitos de su vida viven vidas virtuosas, y que conocen la doctrina, ¿podemos decir que están todos equivocados, porque no sienten, en su conciencia, que sus relaciones son pecaminosas? ¿Y cómo podemos nosotros actuar pastoralmente para que estas personas se sientan, en el modo en que ellos viven, llamados por Dios a una vida afectiva sana y que produzca frutos? ¿Podemos reconocer que sus relaciones son capaces de ser semillas del verdadero amor cristiano, como el bien posible que pueden realizar, como la respuesta posible que pueden dar al Señor?

Yo creo que sobre la llamada a «todos» no hay discusión. Jesús en eso es muy claro: todos. No quisieron venir a la fiesta los elegidos. Entonces él insta a salir a los cruces de los caminos e invitar a todos, todos, todos. Y para que sea claro, Jesús dice «sanos y enfermos», «justos y pecadores», todos, todos, todos. En otras palabras, abrir la puerta a todos, todos tienen lugar en la Iglesia. ¿Cómo va a vivir eso cada uno? Ayudémoslos a vivir de modo que ese lugar sea uno de madurez para ellos, para todo tipo de personas.

Conozco un sacerdote en Roma que trabaja con chicos homosexuales. Evidentemente hoy día el tema de la homosexualidad está muy alto, porque según las circunstancias históricas esto cambia. Pero a mí lo que no me gusta es que esté la lupa puesta en ese «pecado de la carne», como antes estaba puesta en el sexto mandamiento. Si explotabas a los obreros, o si mentías o si estafabas, eso no era importante, pero sí los pecados de debajo de la cintura, esos sí eran relevantes.

Así que todos están invitados. Este es el punto. Con la metodología pastoral que convenga a cada uno. Eso sí, no hay que ser ingenuos, y obligarles a veces a una pastoral para la cual todavía no están maduros, o no son capaces. Para acompañar espiritual y pastoralmente a las personas se requiere mucha sensibilidad y creatividad. Pero todos, todos, todos están llamados a vivir en la Iglesia: nunca olviden eso.

Aprovecho tu pregunta para agregar una cosa sobre las personas transexuales. Los miércoles, en la Audiencia General, hay una monja de Charles Foucauld, la hermana Geneviève, que tiene 80 años y es capellana del Circo de Roma con otras dos monjas. Vive en una casa rodante al lado del Circo. Un día las visité. Ahí tienen su capillita, la cocina, el lugar donde duermen, todo muy bien organizado. Y esta monja trabaja mucho con chicas transgender. Un día me dijo: «¿las puedo llevar a Audiencia?». «Por supuesto», le dije, «¿por qué no?». Y siempre vienen grupos de chicas trans. La primera vez que vinieron, lloraban. Les pregunté por qué. Una de ellas me dijo: «¡no pensé que el Papa me podía recibir!». Después de la primera sorpresa ya se acostumbraron a venir. Alguna me escribe, y yo le contesto por mail. ¡Todos están invitados! Me di cuenta de que estas personas se sienten rechazadas, y eso es realmente duro.

Hola Santidad, yo soy Domingos, estoy iniciando la etapa de formación del «magisterio»[8]. Usted nos pide siempre rezar por Usted… ¿podría compartir con nosotros qué cosas están más cerca de su corazón en este último tiempo? De un lado, ¿qué cosas le están pesando más en el corazón, y, de otro, qué alegrías está viviendo en estos tiempos?

La alegría que más tengo presente, aunque a veces veo que hay deficiencia en el modo de llevarla, es la preparación al Sínodo. La alegría de ver cómo de los pequeños grupos parroquiales, los pequeños grupos de iglesias, van surgiendo reflexiones muy bonitas y hay gran fermento. Eso es una alegría.

Sobre esto quiero marcar una cosa: el Sínodo no es una invención mía. Fue Pablo VI, al final del Concilio, que se dio cuenta de que la Iglesia Católica había perdido la sinodalidad. La Oriental la mantiene. Entonces dijo: «hay que hacer algo», y creó la Secretaría para el Sínodo de los Obispos. En todo este tiempo se fue progresando lentamente. A veces, de manera muy imperfecta. Hace algún tiempo, en 2001, participé como Presidente delegado en el Sínodo dedicado al obispo como servidor del Evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo. Cuando estaba preparando lo que venía de los grupos para la votación, el cardenal encargado del Sínodo me dijo: «No, esto no lo pongas. Sácalo». O sea, se quería tener un Sínodo con censura, una censura curial que no dejaba llegar las cosas.

Son las imperfecciones que tuvo este camino. Eran muchas las imperfecciones, pero también, era un camino que se andaba. Cuando se cumplieron 50 años de la creación de la Secretaría del Sínodo de los Obispos, firmé un documento redactado por teólogos expertos en teología sinodal. Si quieren ver un resultado lindo después de 50 años de camino, vean ese documento. Y en estos últimos diez años seguimos progresando, hasta llegar, creo, a una expresión madura de lo que es la sinodalidad.

La sinodalidad no es andar buscando votos como lo haría un partido político, no es una cuestión de preferencias, que si soy de este partido o del otro. En un Sínodo, el protagonista es el Espíritu Santo. Él es el protagonista. Entonces, hay que hacer de modo que sea el Espíritu el que guíe las cosas. Que se exprese como se expresó la mañana de Pentecostés. Creo que ese es el camino más fuerte.

A propósito de preocupaciones, por supuesto que una cosa que me preocupa mucho, sin duda, son las guerras. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, no ha parado de haber guerras en todo el mundo. Y hoy vemos lo que está sucediendo en el mundo. No hace falta añadir palabras.

Muchas gracias, Su Santidad, por venir a Lisboa. Me llamo Francisco también. Usted ha cambiado verdaderamente el ambiente de esta ciudad y de este país, y me parece que de todo el mundo cristiano. Yo fui uno de los últimos tres que hice los últimos votos. Me siento trabajando a su lado, muchísimo. Por eso le pregunto: ¿cuál es nuestra misión en cuanto Iglesia, en cuanto Compañía universal, y en cuanto Provincia portuguesa? ¿Cuál es nuestro papel para recoger los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud? Las cosas están verdaderamente cambiando, las personas están muy entusiasmadas, ¿cómo hacemos para no perder esta gran oportunidad que usted nos dio?

Muchos jóvenes portugueses están participando de la Jornada Mundial de la Juventud. Ustedes, reciban la inquietud de los jóvenes y ayúdenlos a que la vayan desarrollando. Que la inquietud no se transforme en un hecho que pasó. La inquietud tiene que ir desarrollándose lentamente. La Jornada Mundial de la Juventud es una siembra en el corazón de cada chico y de cada chica. Y entonces, eso no puede quedar escondido en una anécdota que pasó. Debe terminar en un fruto, y esto no es fácil. Les pido que sigan, con los jóvenes que estuvieron y con los que no estuvieron. Acá hay una buena movida de agua, que el Espíritu Santo aprovecha para tocar corazones. Cada uno de estos chicos sale distinto, que lo «distinto» se mantenga. Y ahí entran ustedes: acompañar a que esto se mantenga y que crezca. Es el momento de echar las redes, en el sentido evangélico de la palabra.

¡Gracias, Santo Padre, por haber venido!