El Papa Francisco publicó en estas horas el libro – entrevista “Dios es joven”. Este libro, basado en conversaciones con Thomas Leoncini y firmado por el papa Francisco, se dirige a los jóvenes de todo el mundo, “en un diálogo valiente, íntimo y memorable”, señalan los editores.
Después del Año de la Misericordia, llega el Año vaticano de la Juventud. El papa Francisco está convencido de que los jóvenes son los grandes olvidados y desencantados de nuestro tiempo, pero al mismo tiempo, que ellos son lo mejor de la vida. «Los jóvenes están hechos de la misma pasta que Dios. Apoyarlos a ellos es apoyar el futuro de la Iglesia y de la humanidad». Con esta esencia arranca este libro que se nutre de las entrevistas y conversaciones inéditas que Thomas Leoncini ha mantenido con el pontífice sobre el tema.
El papa afronta, pues, el tema de la juventud, que arrancó este mes con un encuentro en Roma de jóvenes llegados de todo el mundo y que se mantendrá como asunto central del Vaticano a lo largo de todo el año, y cuya conclusión se prevé para octubre de 2018, con una Gran Asamblea donde el tema principal será «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».
Un libro íntimo, cercano y divulgativo, que cuenta con la colaboración de un periodista muy próximo a Francisco, y cuyo principal anhelo es llegar al corazón de los cristianos.
Compartimos algunos fragmentos:
Un joven tiene algo de profeta, y debe darse cuenta de ello. Debe ser consciente de tener las alas de un profeta, la actitud de un profeta, la capacidad de profetizar, de decir, y también de hacer. Un profeta de hoy tiene capacidad tanto de condena, como de perspectiva. Los jóvenes tienen ambas cualidades. Saben condenar, pero también muchas veces no expresan bien su condena. Y también tienen la capacidad de escrutar el futuro y verá más adelante.
Para comprender hoy a un joven debes comprenderlo en movimiento, no puedes estar detenido y pretender encontrarte en su longitud de onda. Si queremos dialogar con un joven debemos ser ‘móviles’, y entonces será él quien ralentizará para escucharnos, será él quien decida hacerlo. Y cuando ralentice comenzará otro movimiento: un movimiento en el que el joven comenzará a estar al paso más lentamente para hacerse escuchar y los ancianos acelerarán para encontrar el punto de encuentro.
Ambos se esfuerzan: los jóvenes para ir más despacio y los viejos para ir más veloces. Esto podría marcar el progreso (…). Los adultos con frecuencia desarraigan a los jóvenes, extirpan sus raíces y, en lugar de ayudarlos a ser profetas para el bien de la sociedad, los vuelven huérfanos y descartados. Los jóvenes de hoy están creciendo en una sociedad desarraigada.
Debemos pedir perdón a nuestros jóvenes porque no siempre los tomamos en serio. No siempre los ayudamos a ver el camino y a construirse aquellos medios que podrían permitirles no terminar descartados. Con frecuencia no sabemos hacerlos soñar y no somos capaces de entusiasmarlos. Es normal buscar el dinero para construirse una familia, un futuro y para salir de aquel papel de subordinación a los adultos en el que hoy los jóvenes están demasiado tiempo. Lo que cuenta es evitar experimentar el afán de acumular.
El trabajo debería ser para todos. Cada ser humano debe tener la posibilidad concreta de trabajar, de demostrarse a sí mismo y a sus seres queridos que puede ganar para vivir. No se puede aceptar la explotación, no se puede aceptar que muchísimos jóvenes sean explotados por los empleadores con falsas promesas, con las pagas que nunca llegan, con la excusa de que son jóvenes y deben hacer experiencia. No se puede aceptar que los empleadores pretendan de los jóvenes un trabajo precario e incluso gratuito, como sucede (…). Los jóvenes nos piden ser escuchados y nosotros tenemos el deber de escucharlos y de acogerlos, no de explotarlos. No hay excusas que se mantengan en pie.
Parece que crecer, envejecer, estacionarse, sea un mal. Es sinónimo de vida agotada, insatisfecha. Hoy parece que todo debe estar caracterizado y enmascarado. Como si el hecho de vivir no tuviera sentido. Recientemente he hablado de cuán triste sea que alguien quiera hacer un lifting ¡incluso al corazón! ¡Es doloso que alguien quiera borrar las arrugas de tantos encuentros, de tantas alegrías y tristezas! Demasiado frecuentemente hay adultos que juegan a hacerse los muchachitos, que sienten la necesidad de ponerse al nivel del adolescente, pero no comprenden que es un engaño. Es un juego del diablo. No logro comprender cómo sea posible para un adulto sentirse en competición con un muchachito, pero lamentablemente sucede cada vez con mayor frecuencia (…). Hay demasiados padres adolescentes en la cabeza, que juegan a la vida efímera eterna y, más o menos conscientemente, vuelven víctimas a sus hijos de este juego perverso de lo efímero. Porque por un lado educan hijos encaminados hacia la cultura de lo efímero y, por otro, los hacen crecer cada vez más enraizados en una sociedad que llamo, precisamente, “desarraigada”.
Los adultos con frecuencia desarraigan a los jóvenes, extirpan sus raíces y, en lugar de ayudarlos a ser profetas por el bien de la sociedad, los hacen huérfanos y descartados. Los jóvenes de hoy están creciendo en una sociedad desarraigada (…). Hoy las redes sociales parecerían ofrecernos este espacio de conexión con los demás; el web hace sentir a los jóvenes parte de un único grupo. Pero el problema que comporta Internet es su misma virtualidad: el web deja a los jóvenes en el aire y por esto extremadamente volátiles (…).
Pienso que un camino fuerte para salvarnos es el diálogo, el diálogo de los jóvenes con los ancianos: una interacción entre viejos y jóvenes, superando también, provisionalmente, a los adultos. Jóvenes y ancianos deben hablarse y deben hacerlo cada vez más frecuentemente: ¡esto es muy urgente! Y deben ser los viejo tanto cuanto los jóvenes los que tomen la iniciativa (…).
Pero esta sociedad descarta a unos y otros, descarta a los jóvenes así como descarta a los viejos. Y sin embargo la salvación de los viejos es dar a los jóvenes la memoria, esto hace de los viejos auténticos soñadores de futuro; mientras la salvación de los jóvenes es tomar estas enseñanzas, estos sueños y llevarlos adelante en la profecía (…). Viejos soñadores y jóvenes profetas son el camino de salvación de nuestra sociedad desenraizada: dos generaciones de descartados pueden salvar a todos.
Dios es Aquel que renueva siempre, porque Él es siempre nuevo: ¡Dios es joven! Dios es el Eterno que no tiene tiempo, pero es capaz de renovar, rejuvenecerse continuamente y rejuvenecer todo. Las características más peculiares de los jóvenes son también las suyas. Es joven porque “hace nuevas todas las cosas” y ama las novedades; porque sorprende y ama el estupor; porque sabe soñar y tiene el deseo de nuestros sueños; porque es fuerte y entusiasta; porque construye relaciones y nos pide a nosotros que hagamos lo mismo, es social.
Pienso en la imagen de un joven y veo que también él tiene la posibilidad de ser “eterno”, poniendo en juego toda su pureza, su creatividad, su coraje, su energía, acompañado por los sueños y la sabiduría de los ancianos. Es un ciclo que se cierra, que crea una nueva continuidad y me recuerda la imagen de la eternidad.
Fuente: News.va
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