25/09/2019 – El diácono no es un sacerdote de segunda”, aseguró el Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles 25 de septiembre celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano.
“Los diáconos se crearon para el servicio. El diácono no es para el altar, es para el servicio. Es el custodio del servicio en la Iglesia. Cuando a un diácono le gusta ir mucho al altar, se equivoca. Ese no es su camino”, explicó el Santo Padre.
Siguiendo con su ciclo de Catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, el Papa reflexionó sobre los problemas que afectaron al seno de la primera comunidad cristiana: “Los problemas han existido siempre, desde el inicio”, subrayó.
El principal problema que afectó a aquella comunidad de cristianos, según señaló el Pontífice, fue “cómo armonizar las diferencias que coexistían en su interior sin que surgieran contrastes y divisiones”.
“La comunidad”, señaló Francisco, “no acogía sólo a los judíos, sino también a griegos, personas provenientes de la diáspora, con culturas y sensibilidades propias. También con otras religiones. Hoy nosotros decimos ‘paganos’, y eran acogidos”.
Esta convivencia generaba “frágiles y precarios equilibrios y, ante la dificultad, surgió la cizaña. ¿Y cuál es la peor de las cizañas que destruye una comunidad? La cizaña de las murmuraciones: los griegos murmuraban por la desatención de la comunidad hacia sus viudas”.
El Papa explicó que no sólo se murmuraba dentro de la Iglesia, sino que también desde fuera se alzaban reproches contra las comunidades cristianas. El Santo Padre aseguró que “la murmuración es un cáncer diabólico”.
Ante este problema, los Apóstoles iniciaron un proceso de discernimiento y “encontraron un modo para subdividir las diferentes obligaciones para un crecimiento sereno del entero cuerpo eclesial y evitar los descuidos tanto en la promoción del Evangelio como en el cuidado de los miembros más pobres”.
Puesto que los Apóstoles eran conscientes de que su vocación principal era predicar la Palabra de Dios, decidieron instituir un núcleo de “siete hombres de buena reputación, llenos de Espíritu y de sabiduría”. Esos siete hombres, “después de haber recibido la imposición de las manos, se ocuparían del servicio”.
Se crean así los diáconos, y “esa armonía entre el servicio de la Palabra y el servicio de la caridad representa la levadura que hace crecer el cuerpo eclesial”.
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