20/11/2014 – “Hoy Jesús llora también, cuando las puertas de nuestros corazones, de los pastores, de la Iglesia, se cierran a sus sorpresas no reconociendo a Aquel que trae la paz”, afirmó el Papa Francisco en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.
Jesús llora por Jerusalén, porque no ha reconocido a Aquel que trae la paz. El Santo Padre ha comentado el Evangelio del día, explicando que el Señor llora por “el cierre del corazón” de la “ciudad elegida, el pueblo elegido. ¡No tenía tiempo para abrirle la puerta! Estaba demasiado ocupada, demasiado satisfecha de sí misma. Y Jesús sigue tocando a las puertas, como ha llamado a la puerta del corazón de Jerusalén: a las puertas de sus hermanos, de sus hermanas; a nuestras puertas, a las puertas de nuestros corazones, a las puertas de su Iglesia. Jerusalén se sentía feliz, tranquila con su vida y no tenía necesidad del Señor: no se había dado cuenta de que necesitaba la salvación. Y por eso ha cerrado su corazón ante el Señor”. “El llanto de Jesús” por Jerusalén -ha dicho el Pontífice- es “el llanto por su Iglesia, hoy, por nosotros”:
“¿Y por qué Jerusalén no había recibido al Señor? Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería problemas. Pero además -como dice el Señor en el Evangelio- ‘si hubieras entendido tú también, en este día, quien te trae la paz. No has reconocido el tiempo de tu visitación’. Tenía miedo de ser visitada por el Señor; tenía miedo de la gratuidad de la visita del Señor. Estaba segura de las cosas que ella podía gestionar. Nosotros tenemos confianza en las cosas que podemos gestionar… Pero la visita del Señor, sus sorpresas, nosotros no las podemos gestionar”.
Y el Papa ha añadido: “Y de esto tenía miedo Jerusalén: de ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del Señor, de su Esposo, de su Amado. Y así Jesús llora. Cuando el Señor visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos nosotros no tenemos miedo de la alegría -¡no!- Pero sí de la alegría que trae al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos guíe”.
“Jerusalén estaba tranquila, contenta. El templo funcionaba. Los sacerdotes hacían sacrificios, la gente venía en peregrinación, los doctores de la ley habían arreglado todo, ¡todo! ¡Todo claro! Todos los mandamientos claros… Y con todo esto Jerusalén tenía la puerta cerrada”. La cruz, “el precio de aquel la rechazo” -ha observado Francisco- nos muestra el amor de Jesús, lo que le lleva “hoy también a llorar -muchas veces- por su Iglesia”.
“Yo me pregunto: ¿hoy los cristianos, que conocemos la fe, el catecismo, que vamos a Misa todos los domingos, los cristianos, los pastores estamos contentos con nosotros? Porque tenemos todo acomodado y no necesitamos nuevas vistas del Señor… Y el Señor sigue llamando a la puerta de cada uno de nosotros y de su Iglesia, a los pastores de la Iglesia. Ah sí, la puerta de nuestro corazón, de la Iglesia, de los pastores no se abre: el Señor llora, también hoy”. Por último, el Papa ha invitado a un examen de conciencia: “Pensemos en nosotros: ¿cómo estamos ahora ante Dios?”.
Por otra parte, Francisco dio un discurso durante su visita a la sede de la FAO en Roma, en ocasión de la 2ª Conferencia Internacional sobre nutrición a la que asisten representantes de 170 países del mundo. “La total unidad de propósitos y de obras, pero sobre todo el espíritu de hermandad, pueden ser decisivos para soluciones adecuadas”, indicó Francisco. Asimismo, aseguró que Iglesia “siempre trata de estar atenta y solícita respecto a todo lo que se refiere al bienestar espiritual y material de las personas, ante todo de los que viven marginados y son excluidos, para que se garanticen su seguridad y su dignidad”.
De este modo, Su Santidad observó que los destinos de cada nación están más que nunca enlazados entre sí, como los miembros de una misma familia. Pero, ha advertido, “vivimos en una época en la que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está excluido”. Y esto lo sabe bien “quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente”, indicó el Papa.
Zenit / Rome Reports
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