“Miremos a Jesús: Él es nuestra alegría, pero también nuestra fuerza, nuestra certeza”

lunes, 23 de septiembre de 2013
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Queridos hermanos y hermanas,

Gracias a todos por estar aquí, hoy. En sus rostros veo fatiga, pero también veo esperanza. Siéntanse amados por el Señor, y también por tantas personas buenas, que con sus oraciones y con sus obras, ayudan a aliviar los sufrimientos del prójimo. Yo me siento en casa aquí. Y espero que también ustedes se sientan en casa en esta Catedral: como se dice en América Latina, “esta casa es su casa”. Es su casa.
Aquí sentimos en modo fuerte y concreto que somos todos hermanos. Aquí el único Padre es nuestro Padre celeste, y el único Maestro es Jesucristo. Entonces la primera cosa que querría compartir con ustedes es justamente esta alegría de tener a Jesús como Maestro, como modelo de vida. ¡Mirémoslo a Él! Esto nos da tanta fuerza, tanto consuelo en nuestras fragilidades, en nuestras miserias y en nuestras dificultades. Todos nosotros tenemos dificultades, todos. Todos los que estamos aquí tenemos dificultades. Todos los que estamos aquí, todos, tenemos miserias. Y todos tenemos fragilidad. Ninguno aquí es mejor que el otro, todos somos iguales ante el Padre. Todos.
Y mirando a Jesús nosotros vemos que Él ha elegido el camino de la humildad y del servicio. Es más, Él mismo en persona es este camino. Jesús no fue indeciso, no fue indiferente: hizo una elección y la llevó adelante hasta el final. Eligió hacerse hombre, y como hombre hacerse siervo, hasta la muerte en la cruz. Éste es el camino del amor, no hay otro. Por ello vemos que la caridad no es un simple asistencialismo, y menos aún, un asistencialismo para tranquilizar conciencias, no, eso no es amor, ¡eso es negocio! El amor es gratuito. La caridad, el amor, es una elección de vida, es un modo de ser, de vivir; es el camino de la humildad y de la solidaridad. No hay otro camino para este amor: ser humildes y solidarios. Esta palabra “solidaridad”, en esta cultura del descarte – lo que no sirve, se tira – para quedar sólo quienes se sienten justos, que se sienten puros, que se sienten limpios, pobrecillos. Esta palabra “solidaridad” corre el riesgo de ser cancelada del diccionario. Porque es una palabra que da fastidio, porque te obliga a mirar al otro y a darte al otro con amor. Es mejor cancelarla del diccionario. Y nosotros ¡no!, nosotros decimos: ¡éste es el camino! La humildad y la solidaridad ¿por qué? ¿La inventamos nosotros los sacerdotes? ¡No! ¡Es de Jesús, Él la dijo! Y queremos ir por este camino. La humildad de Cristo no es un moralismo, un sentimiento.
La humildad de Cristo es real, es la elección de ser pequeño, de estar con los pequeños, con los excluidos, de estar entre nosotros, pecadores. Pero atención, ¡no es una ideología! Es un modo de ser y de vivir que parte del amor, que parte del corazón de Dios Padre.
Ésta es la primera cosa, y me gusta tanto hablar de ella con ustedes. Miremos a Jesús: Él es nuestra alegría, pero también nuestra fuerza, nuestra certeza, porque es el camino seguro: humildad, solidaridad, servicio. No hay otro camino. En la estatua de Nuestra Señora de Bonaria Cristo aparece entre los brazos de María. Ella, como buena madre, nos lo indica, nos dice de tener confianza en Él.
Pero no basta mirar, ¡hay que seguir! Y éste es el segundo aspecto. Jesús no ha venido al mundo a hacer un desfile, para hacerse ver. No, no ha venido para esto. Jesús es el camino, y un camino sirve para transitar, para recorrer. Entonces, ante todo yo quiero agradecer al Señor por su empeño en el seguirlo, también en la fatiga, en el sufrimiento, entre las paredes de una cárcel. ¡Sigamos teniendo fe en Él, donará a su corazón esperanza y alegría! Quiero agradecerle por todos ustedes que se dedican generosamente, aquí en Cagliari y en toda la Cerdeña, a las obras de misericordia. Deseo animarles a continuar en este camino, a avanzar juntos, tratando de conservar ante todo la caridad entre ustedes. Esto es muy importante. No podemos seguir a Jesús en el camino de la caridad si no nos queremos, primero que todo, entre nosotros, si no nos esforzamos en colaborar, en comprendernos recíprocamente y en perdonarnos, reconociendo cada uno los propios límites y los propios errores. ¡Debemos hacer las obras de misericordia pero con misericordia! Con el corazón. ¡Las obras de caridad con caridad, con ternura, y siempre con humildad! ¿Saben? ¡A veces también se encuentra la arrogancia en el servicio a los pobres! Estoy seguro de que ustedes la han visto. La arrogancia en el servicio a quienes necesitan de nuestro servicio. Algunos se hacen “lindos”, se llenan la boca con los pobres; algunos instrumentalizan a los pobres por intereses personales o del propio grupo. ¡Lo sé, esto es humano, pero no va bien! No es de Jesús esto. Y digo más: ¡esto es pecado! Es un pecado grave, porque es “usar” a los necesitados, a los que necesitan, que son la carne de Jesús, para “mi vanidad”. ¡Esto es pecado grave! ¡Sería mejor que estas personas se quedaran en casa!
Pues: seguir a Jesús en el camino de la caridad, ir con Él a las periferias existenciales. “¡La caridad de Jesús es una urgencia!”, escribía San Pablo (Cfr. 2 Co 5, 14) Para el buen Pastor lo que está lejano, periférico, lo que está apartado y despreciado es objeto de un cuidado mayor, y la Iglesia no puede que hacer suya esta predilección y esta atención. En la Iglesia los primeros, son aquellos que tienen más necesidad: humana, espiritual, material. Más necesidad.
Siguiendo a Cristo en el camino de la caridad, nosotros sembramos esperanza. Sembrar esperanza. Ésta es la tercera convicción que me gusta compartir con ustedes. La sociedad italiana tiene hoy mucha necesidad de esperanza y Cerdeña de modo particular. Quien tiene responsabilidades políticas y civiles tiene la propia tarea, que como ciudadanos hace falta sostener de modo activo. Algunos miembros de la comunidad cristiana son llamados a empeñarse en este campo de la política, que es una forma alta de caridad, como decía Pablo VI. Pero como Iglesia todos tenemos una responsabilidad fuerte que es aquella de sembrar la esperanza con obras de solidaridad, buscando siempre de colaborar en el mejor modo con las instituciones públicas, en el respeto de las respectivas competencias. La Caritas es expresión de la comunidad, y la fuerza de la comunidad cristiana es hacer crecer la sociedad desde el interno, como la levadura. Pienso en sus iniciativas con los detenidos en las cárceles, pienso al voluntariado de muchas asociaciones, a la solidaridad con las familias que sufren de más a causa de la falta de trabajo. En este les digo: ¡Coraje! ¡No se dejen robar la esperanza y vayan hacia adelante! Que no se la roben, al contrario, ¡sembrar esperanza! ¡Gracias, queridos amigos! Los bendigo a todos, junto con sus familias.