12/06/2018 – Lo subrayó el Papa esta mañana, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta: Ser sal y luz para los otros, sin atribuirse méritos. Es éste el “simple testimonio habitual”, la “santidad de todos los días”, a la que está llamado el cristiano. El testimonio más grande del cristiano es dar la vida como lo hizo Jesús, es decir, el martirio, pero hay también otro testimonio: aquel de todos los días, que inicia por la mañana, cuando nos despertamos, y termina por la noche, cuando nos vamos a dormir.
“Parece poca cosa” pero el Señor “con pocas cosas nuestras hace milagros, hace maravillas”, notó el Santo Padre. Por lo tanto, es necesario tener esta actitud de “humildad” que consiste en buscar solamente ser sal y luz: Sal para los otros, luz para los otros, porque la sal no se sazona a sí misma, siempre al servicio. La luz no se ilumina a sí misma, siempre al servicio. Sal para los otros, pequeña sal que ayuda en las comidas, pero pequeña. ¿En el supermercado la sal se vende por toneladas? No… En pequeñas bolsitas, es suficiente. Y después, la sal no se vanagloria de sí misma, porque no se sirve a sí misma. Siempre está allí para ayudar a los demás: ayudar a conservar las cosas, a condimentar las cosas. Siempre está el testimonio.
Ser cristiano de cada día significa – reiteró el Papa – ser como la luz que “es para la gente, es para ayudarnos en las horas de oscuridad”:
El Señor nos dice así: “Tú eres sal, tu eres luz” – “Ah, es verdad, Señor, es así. Atraeré a tanta gente y haré”. “No, así harás que los demás vean y glorifiquen al Padre. Ni siquiera te será reconocido algún mérito. Nosotros cuando comemos no decimos: “¡Ah, qué rica la sal! ¡No!: “Rica la pasta, rica la carne, rica…” No decimos: “Qué rica la sal”. De noche cuando vamos para casa, no decimos: “Qué buena la luz”, no. Ignoramos la luz, pero vivimos con aquella luz que ilumina. Ésta es una dimensión que hace que nosotros cristianos seamos como anónimos en la vida.
“No somos protagonistas de nuestros méritos”, subrayó nuevamente el Papa al concluir. Por lo tanto, no se debe hacer como el fariseo que agradece al Señor pensando que es santo: Y una linda oración para todos nosotros, al final del día, sería preguntarse: “¿He sido sal hoy?” “¿He sido luz hoy?” Ésta es la santidad de todos los días. Que el Señor nos ayude a entender esto.
Fuente: Vatican News
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