Cada 04 de julio celebramos a Pier Giorgio Frassati, un estudiante italiano que falleció a los 24 años y alcanzó los altares. Un chico común, chistoso y alegre, deportista, con gran compromiso social y político, con dificultades en su vida familiar, también en la vida universitaria, pero con la certeza de que Dios estaba con él.
Nació en una familia acomodada, en Turín -Italia, donde su padre ejercía influencia en la vida social, como fundador de un diario liberal y luego Senador y Embajador en Alemania. Su madre fue la que le inculcó los valores del evangelio desde chiquito.
Terminados sus estudios en la escuela etatal, decidió estudiar para ser ingeniero en minas en la Real Universidad Politécnica de Turín, para poder “servir mejor a Cristo entre los mineros”, como dijo a un amigo.
Su padre no estaba conforme con su decisión, sin embargo el siguió firme en su posición convencido de que ese era su lugar. Le daba mucha importancia a sus estudios, sin embargo era poco el tiempo que podía dedicarle, ya que pasaba muchas horas en tareas sociales, ayudando a pobres y excombatientes que llegaban de la I Guerra Mundial.
En 1919 se asoció a la Federación de Estudiantes Católicos y a la Acción Católica, y oponiéndose a las ideas políticas de su padre llegó a ser miembro verdaderamente activo del Partido Popular que promovió las enseñanzas de la Iglesia Católica basadas en los principios de la “Rerum Novarum”, la encíclica de Leon XIII. También concibió la idea de unir la Federación de Estudiantes Católicos a la Organización Católica de Trabajadores.
“La caridad no basta: necesitamos una reforma social”, solía decir trabajando para ambas.
Si bien su familia tenía recursos, a él solo le daban lo necesario. Él no dudaba en poner los bienes que tenía al servicio de sus actividades sociales y políticas, y también asistía a varias personas con su propio dinero, por lo que era común que por las noches volviera caminando a su casa varios kilómetros ya que había gastado lo que tenía para el tranvía. Vivió con convicción la opción por los pobres. Incluso en el verano, cuando su familia se iba a una linda casa que tenían para el veraneo él sacrificaba sus vacaciones: “¿Si todos se van de Turín, quién se encargará de los pobres?”.
a oración le daba fuerzas para superar las dificultades; rezaba el rosario y cada mañana se acercaba a comulgar. Giorgio decía que el encontrarse con los pobres por la tarde era devolverle la visita que Jesús le había hecho por la mañana. Curiosamente, por las noches se dormía rezando y contemplando con el himno de la caridad de San Pablo.
Solía ir al teatro, a la ópera y a los museos; amaba el arte y la música y a menudo citaba versos de Dante. También le gustaban los deportes, especialmente el montañismo. Junto a sus amigos organizaban excursiones a la montaña en donde el aire fresco, la altura y el tiempo libre, los conducía a conversaciones profundas.
Su lema era: “Hacia lo alto, siempre hacia lo alto”. Y de verdad lo hizo vida. A los 24 años, se enfermó y murió. Los médicos le detectaron poliomielitis, enfermedad que se la adjudicaron seguramente al contagio de los enfermos que asistía. Durante su funeral, llegaron muchísimas personas, a quienes su familia no conocía, que lloraban amargamente: eran los pobres y enfermos a los que él había asistido todos esos años.
Una historia conmovedora, de un joven entusiasta que entregó su vida al fuego que tenía adentro que lo impulsaba a ayudar a los más necesitados.